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CRITICA
Por: PACO CASADO
Últimamente parece que están de moda las producciones en las que los protagonistas son una pareja de hermanos en los que casi siempre uno de ellos es listo e inteligente y el otro torpe o desgraciado, cuando no disminuido físico.
Así ocurría en 'Rain man' (1988), 'La fuerza de un ser menor' (1988) y ahora vuelve a suceder de nuevo en 'Un ángel caído' (1987).
No deja de ser curioso cómo lo que en un escenario puede funcionar, porque está escrito expresamente para ello, contando con la funcionalidad escénica y con la imaginación que en el teatro tiene que poner el espectador, sin embargo cuando ase traspasa a una pantalla, en donde se le quitan las ataduras del espacio restringido, se pueden quitar las cuatro paredes, liberar al espectador de tener que poner su imaginación a funcional al servicio de la obra y dárselo todo de manera más realista y visual, la historia no funcional igual.
Treat y Phillip, son dos hermanos huérfanos, que viven solos desde que eran unos niños.
Habitan en un piso pequeño y se mantienen de lo que roba el primero de ellos, ya que Phillips padece un cierto retraso mental.
Un día aparece en sus vidas Harold, un desconocido a quien Treat intenta chantajear, pero gracias a este hombre, de quien se desconoce su historia, aunque se sospecha que se mueve entre asuntos sucios, la vida de los dos hermanos da un importante giro y cambia para bien.
Aquí se juega con la obra escénica escrita por Lyle Kessler, quien a pesar de haberla ideado incluso con un pequeño prólogo para airear la pieza a la hora de llevar a la pantalla, no acaba de encajar.
Hay ocasiones en las que estamos viendo teatro fotografiada en celuloide, hasta incluso en los gestos, movimientos y actitudes de los propios actores, pero no cine.
Aun habiendo sido pasada la película por el baño del realismo, hay personajes que no acaban de estar bien definidos.
No resulta muy creíble que el joven Phillip estuviera toda la vida encerrado en casa atemorizado por su hermano mayor con la amenaza de muerte si sale a la calle, ya que podía coger alguna enfermedad y morir.
Como igualmente ocurre con el financiero o gángster que siente debilidad por los huérfanos, porque él también lo fue, que llega a dominar a los dos hermanos, convirtiéndose en una especie de pigmalión de ambos, para desembocar en un trágico final, algo gratuito, para darle más fuerza posiblemente en el escenario, porque en el cine queda demasiado teatral.
Alan J. Pakula, buen director de actores, dirige con mano dura a los intérpretes a los que saca un buen partido, pero sin que por ello pueda evitar que el film resulte largo y en exceso teatral.
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