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CRITICA
Por: PACO CASADO
Son muchas las versiones que se han llevado a la pantalla de la novela de Charles Dickens publicada en 1838, pero para no hacer la lista muy larga citaremos la muda de 1922, de Frank Lloyd, con Jackie Coogan y Lon Chaney, una de las más fieles, la de 1948, dirigida por David Lean con Alec Guinnes y Robert Newton, la de 1968 de Oliver Reed que eludía el aspecto más oscuro cambiándolo por la música, con Mark Lester y Jack Wilde que ganó seis Oscar y la televisiva de 1997, realizada por Tony Bill, con Richard Dreyfuss y Elijah Wood, a las que viene a sumarse ahora esta de Roman Polanski.
Junto con la de David Lean posiblemente sean las que más fielmente han trasladado el texto literario a la gran pantalla, si bien ambos se permitieron algunas ligeras licencias, acentuando el primero el aspecto dramático con un ambiente casi expresionista y limitándose Roman Polanski a liberarle de sentimentalismo.
Era arriesgado hacer una nueva versión de un texto tan conocido como clásico con la historia de este huérfano que debido a las estrictas leyes del momento, el abuso de poder y autoridad, que casi le obligan a convertirse en un ladrón para poder subsistir tras sufrirlas en sus propias carnes en el orfanato del que huye a Londres entrando al servicio de Fagin, llevado de la mano por el Truhán.
A pesar de las miserias y desgracias que padece Oliver, con las que aprende lo que cuesta ser feliz, se conserva noble de corazón y dispuesto a hacer el bien, como lo demuestra al final.
A pesar de su amplio presupuesto de 60 millones de euros Roman Polasnki no alardea de ser una gran superproducción sino que los emplea en una estupenda reconstrución y en el vestuario de la época de un Londres decadente y cruel en el que Oliver trata de sobrevivir, al tiempo que hace una denuncia social de la corrupción de los jueces y policías de la sociedad victoriana.
Mientras los poderosos estaban gordos y lustrosos, atiborrándose de comida, los huérfanos padecían hambre y miseria, cargando así la crítica sobre la autoridad y las consecuencias del abuso de la misma mal administrada.
No dramatiza, se dedica a obtener una impecable puesta en escena con una bella fotografía de Pawel Edelman y música de Rachel Portman, con un destacado trabajo de un casi irreconocible, pero siempre brillante, Ben Kingsley en el papel de un Fagin más humano, Jaime Foreman en el brutal y sádico Bill Sykes, mientras que en los actores infantiles destaca más Harry Eden como el Truhán que Barney Clark como Oliver que da más el aspecto de inocencia que un buen trabajo actoral.
Roman Polanski se siente identificado con Oliver porque su infancia fue igualmente desgraciada y tal vez por ello no ha querido acentuar el dramatismo de la obra de Charles Dickens respetando la letra y el espíritu y haciendo un producto para toda la familia.
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