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CRITICA
Por: PACO CASADO
Para su nueva película como director, Clint Eastwood recurre a una novela de Michael Connelly, adaptada libremente por el oscarizado guionista Brian Helgeland, que acomoda el personaje a la figura actual de Eastwood, consciente de que ya no es Harry el sucio, aunque siga incorporando el personaje de un policía, al que le da un infarto persiguiendo a un asesino en serie.
Dos años más tarde recibe un trasplante y se siente en la necesidad de volver a su profesión, a pesar de su retiro.
Retoma en este caso el tema de la dependencia, aquí del policía con respecto al asesino que trata de mantenerlo con vida para seguir desafiándole y jugando con él al ratón y el gato.
El guión tiene la hondura y la concisión de un clásico film de cine negro, con una clara exposición de la historia, en la que el policía, sin tener prácticamente nada en qué basarse para descubrir al criminal, se va fijando en cosas pequeñas aparentemente sin importancia, en nimios detalles, en las pistas que va dejando para desenredar la madeja, con una estupenda progresión del interés dramático.
Lástima que la solución sea tan previsible como evidente y termine por sacarse al asesino de la manga y tal vez le sobre también el romance amoroso, casi impropio para esa edad.
Eastwood rueda de forma eficaz (en sólo 38 días), con precisión y concisión narrativa, estupendamente filmada gracias a su dominio del género, depurando la imagen y sacando buenos planos secuencias que nunca buscan el artificio o se apoyan en los efectos especiales.
Eastwood, como protagonista, se olvida del duro rostro de antes y adquiere la serenidad del hombre maduro, en este caso con su frágil salud maltrecha, pero aún capaz de resolver el enigma más importante que es el de su propia identidad.
Una cinta para los amantes del cine negro y seguidores de Clint Eastwood.
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