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CRITICA
Por: PACO CASADO
Tras haber transcurrido seis años desde que fue filmada 'El desierto rojo' (1964), resulta que hoy día esta película es el pórtico y el inicio de un nuevo Michelangelo Antonioni que se desliga de su famosa trilogía anterior con la que comenzaba una nueva etapa en su carrera.
Es muy distinta a la compuesta por 'Blow-up. Deseo de una mañana de verano' (1966) y lejana de su última obra 'Zabriskie Point' (1970) que rodó en Norteamérica.
'El desierto rojo' (1964) es una especie de compendio y punto final a la etapa de madurez que Antonioni compuso con sus tres grandes logros de 'La aventura' (1960), 'La noche' (1961) y 'El eclipse' (1962), que parecen cerrar un ciclo estilístico y temático.
En una zona industrial, Giuliana, que es una mujer de carácter inestable, trata de hacer frente a la vida comenzando una aventura amorosa con un hombre que trabaja en la planta administrativa de la empresa de su marido.
Drama psicológico que refleja la situación interior de esta mujer desequilibrada, que vive una vida familiar ciertamente difícil y busca en el mundo que le rodea compensaciones a una incomprensión y a sus patológicas insatisfacciones personales.
El título alude a la sequedad de su vida.
El personaje es típico de este director, tocado por la incomunicabilidad que está afectando las taras de pesimismo y amargura que le dominan.
Este título parece cerrar un ciclo estilístico y temático.
Aquí nos da la sensación de que hubiese querido hacer algo relacionado con toda esa carga teórica que ya se había escrito sobre él, como si estuviese presionado por el inmenso prestigio que sus films habían logrado rápidamente, tras muchos años de incomprensión.
Y por eso 'El desierto rojo' (1964) es una obra a medio camino en la carrera de su autor, que juega a ser profunda un poco por obligación, aunque las preferencias vayan ya por otros caminos distintos.
Sin embargo, este lastre, que podía haber invalidado la obra, aquí al tratarse de un director de primera fila como Antonioni, se salva y se convierte en un enriquecimiento de la propia trama.
Viendo ahora la cinta nos resulta ser un intento de liberación, un zafarse de la carga filosófica que tenía la trilogía precedente, un buscar senderos más sensoriales, más humanistas, sin dejar de lado por ello la profundidad, ni siquiera su querido tema de la incomunicación.
Desde otro punto de vista, en el aspecto formal, Michelangelo Antonioni resulta ser más libre que nunca, narrando con un gran detenimiento, con una interesante fotografía en el tratamiento del color y la plasticidad de Carlo di Palma extraordinariamente fuera de serie, ciertamente admirable, y dirigiendo a los actores con su pericia que le es ya habitual, destacando una adecuada interpretación de Monica Vitti.
Es por ello una producción digna de un maestro como él, pero no del artista famoso que se detiene y se anquilosa, sino de un auténtico investigador que desea seguir siendo fiel a sus principios, sin que por ello tenga que repetirse.
Título importante de este director italiano que inicia una trayectoria que posteriormente quedó confirmada totalmente en sus siguientes realizaciones, que hoy en día se pueden comprender mucho mejor que en el momento de su filmación, cuando la crítica mundial estaba muy influenciada por todo lo que había hecho con anterioridad.
En definitiva, una película ciertamente importante que resulta ser testigo de una sociedad, dura y sensible, personal y sincera, con personajes amorales, con desesperanza vital e influencias existencialistas.
Nastro d'argento de los periodistas italianos a la mejor fotografía en color. Premio al mejor film extranjero de los críticos de Kansas City. León de oro, Fipresci y Nuevo cinema en la Mostra de cine de Venecia. Globo de oro a Monica Vitti y Copa de oro a Angelo Rizzoli.
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