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CRITICA
Por: PACO CASADO
Con los Torrentes la fórmula de Segura era bastante fiable de hacer dinero, pero esta vez en que ha arriesgado el suyo al producir esta película parece que no ha funcionado igual.
Es el tercer film de Óscar Aibar, que debutó con Atolladero, que apenas se vio en los cines y que sin embargo algunos lo han hecho, quizás por ello, una cinta de culto. Después hizo Platillos volantes, que no fue un acierto, y ahora vuelve de nuevo con esta producción llena de nostalgia de los años setenta.
Un grupo de chavales, que pasa sus horas de ocio en un salón recreativo, comete un descuido y se cargan una boa albina que le habían dejado a su cargo, para cuidarla, en ausencia de su dueño. Para reparar el daño han de apuntarse a un concurso de baile y así obtener el dinero para comprar otra.
Con esta premisa se meten en el mismo saco la nostalgia de los años sesenta, los videojuegos actuales y ciertas notas sentimentales que aparecen en el último tercio en torno a Johnny, el encargado del salón recreativo que estuvo a punto de ganar el concurso 'La juventud baila' y al que le jugó una faena su mejor amigo, que ahora es quien le da trabajo, pero que también le humilla y tratará de que los chicos no ganen el concurso.
Muchos tópicos se dan en este guión en el que se pretende que hagan gracia situaciones que no la tienen, un humor cutre, escenas de mal gusto muchas de las veces con motivos escatológicos y tratando de sacarle partido a los nombres de Santiago Segura, José Corbacho, Jordi Vilches o Eduardo García.
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