En otoño de 2007 a Pasqual Maragall se le diagnostica Alzheimer. Superado el golpe inicial, él y su familia inician una cruzada contra la enfermedad y, desde el primer paso, esta película se convierte en testimonio de excepción. Con inteligencia, sinceridad y buen humor, Maragall se deja retratar junto a su familia y los médicos para dejar constancia del
día a día de su lucha personal. Dos años de seguimiento a un paciente excepcional dispuesto a que los científicos encuentren curación antes de que la cifra de 26 millones de enfermos en el mundo se multiplique por diez. Una película dura pero optimista a pesar de todo. Dirigida por CARLES BOSCH. Documental.
ENTREVISTA A CARLES BOSCH...
¿Por qué quisiste dirigir esta historia?...
Porque era un reto que valía la pena, aunque desde el inicio del rodaje ha planeado un elemento que yo no había tenido en cuenta en mis películas anteriores: el miedo al fracaso. Nunca antes había reflexionado basándome en esta lógica: no se puede, o no se debe, invertir tanto tiempo ni tanto presupuesto -público o privado, eso no importa- si no es para obtener un resultado óptimo. Y en este caso, el único resultado aceptado como óptimo era el de poder terminar y poder ofrecer una buena película, tal vez una gran película. Porque si no, ¿con qué derecho entramos -documentalistas y espectadores- en la intimidad de un hombre enfermo y en las vicisitudes de su familia?. Mi planteamiento fue éste, y así he tratado de transmitirlo al equipo de rodaje y a mis propios productores: sólo logrando una película de impacto me siento con derecho a robar tanta intimidad y a exigir tanta sinceridad; y por impacto entiendo una película cuyo resultado interese al público para que ese hipotético éxito permita avanzar en la concienciación de lo que significa para el enfermo y su familia la aparición del Alzheimer.
Ése era el reto: hacer una gran película, y si yo acepté -o tal vez propuse- contar esta historia fue para alcanzar un logro, incluso un posible logro internacional. Cualquier otro objetivo no habría estado ni a la altura de los protagonistas, ni a la altura de las urgencias que el Alzheimer conlleva (25 millones de enfermos en todo el mundo), ni a la altura de un presupuesto para el rodaje que me permitía dos años a plena dedicación. Desde que nos pusimos en marcha, en esa etapa eufórica en la que era difícil imaginar las dificultades que ineludiblemente surgirían en el camino, no sabíamos de qué color sería la luz al final del túnel, pero sí intuíamos que al acabar la película sólo habría dos alternativas: el fracaso o el éxito. Porque en este tipo de cine no hay término medio. Y aunque ahora creo que la película ha dado en el clavo, también creo -y no ceso de repetírmelo- que nunca más me involucraré con tanto cuerpo y con tanta alma en un proyecto tan exigente.
¿Desde cuándo conoces a Pasqual Maragall?...
Desde 1992. Exactamente desde septiembre de 1992. Hacía un mes que habían terminado los Juegos Olímpicos de Barcelona en los que Pasqual Maragall había ejercido de eficaz y carismático alcalde de la ciudad. Yo, que entonces trabajaba como reportero para la Televisión de Cataluña, acababa de dirigir un documental sobre el asedio a Sarajevo. Eran los primeros compases de la larga guerra que sacudía a los Balcanes y que castigaba de forma brutalmente excepcional a los habitantes de Sarajevo. El destino quiso que Pasqual Maragall viera el documental por televisión, y al día siguiente contactó conmigo: quería que su ciudad, la Barcelona que con motivo de los Juegos estaba en boca de todos, ayudase a la malherida Sarajevo (y así fue durante los años siguientes, tanto en la etapa bélica como en la posterior al conflicto). El caso es que el alcalde de Barcelona, en aquel septiembre de 1992, quiso conocer mi versión sobre la realidad bosnia y escuchó alguno de mis consejos sobre cómo canalizar sus deseos de ayuda a la ciudad sitiada.
Me invitó a cenar a su casa, en familia. De aquel primer encuentro salieron futuras colaboraciones, siempre en el ámbito de la ayuda humanitaria a Bosnia, y de nuestros breves intercambios me quedé con una imagen de él que se ha reforzado ahora, cuando al cabo de muchos años y a raíz de esta película, nos hemos reencontrado: a Pasqual Maragall la utopía no sólo no le da miedo sino que le parece uno de los motores de la existencia, a veces una obligación moral ineludible y, en todo caso, una aventura -intensa y por lo tanto divertida- que vale la pena vivir. Y, puestos a aventurarnos, Pasqual trata de elegir a los mejores –se aburre con los mediocres-, se encomienda a la intuición (la suya
o la de los suyos) y apunta hacia un norte sin fronteras.
¿Cuál fue su reacción y la de su familia cuando les propusiste realizar la película?...
No está claro si fue antes el huevo o la gallina, y eso suele suceder con Pasqual Maragall: te subes a su carro y luego resulta que el carro es tuyo, o al menos lo es la responsabilidad de llevar las riendas. ¿Esta película me la propuso Pasqual Maragall o alguien de su familia o fui yo quien la sugerí? No lo sé, pero lo cierto es que, llegados a día de hoy, lo importante es que se ha hecho la película, que la hemos terminado, y que el resultado es del agrado de todas las partes implicadas, incluso del propio Maragall. Es importante mencionar este aspecto porque se trata de una película documental en la que la sinceridad de los protagonistas no juega siempre a favor del propio Pasqual Maragall, sino a favor de explicar la verdad sobre una enfermedad que suele esconderse de puertas adentro en millones de hogares. En el caso de los Maragall no ha sido así: la sinceridad - la sinceridad inteligente- es el motor que hace que la película camine y que los acontecimientos propios de esta enfermedad se sucedan cronológicamente y se muestren de forma explícita o con diáfana sutileza. En caso contrario, si no hubiera mediado la sinceridad –y ésta brotó desde el primer día de rodaje-, esta película no habría existido.
¿Cuál fue el reto más difícil para arrancar el proyecto?...
Convencerme a mí mismo, lanzarme a una aventura de final incierto, pues eso es lo que define el tipo de película documental en el que me he movido siempre: sabemos dónde empezamos pero no sabemos qué será de nuestros protagonistas, cuáles serán sus vicisitudes, qué será de la historia que empezamos a rodar, cómo será el final de la película… Y no está mal eso de navegar entre algunas dudas pero, ¡por favor!, ¡no tantas!, aquí las he tenido todas... O no todas: el apoyo económico estaba asegurado desde el momento en el que la productora Cromosoma y el principal co-productor – Televisió de Catalunya- entendieron que con esta película debíamos jugar fuerte y que había presupuesto para rodar durante los meses que fueran necesarios. Si los productores no tenían prisa, yo tampoco, y menos prisa aún tenían nuestros protagonistas, pues cuanto más lento fuera el avance de la enfermedad, mejor que mejor.
Además, yo he tenido siempre muy claro que ya no filmaríamos más en el momento exacto en el que Pasqual Maragall no fuera plenamente consciente de la película y de por qué la estábamos rodando. Afortunadamente, Pasqual sigue al tanto de todo, pues la enfermedad se está manifestando de otras muchas maneras pero le respeta la inteligencia y el buen humor. Y así será para que todos –él y nosotros- podamos disfrutar del estreno.
¿Por qué escogiste como protagonista a Pascual Maragall?...
En la enfermedad del Alzheimer, cualquier enfermo es un “caso único” y no representa la realidad del resto de las personas de este mundo que padecen la misma enfermedad. Ni siquiera la suma de varios casos -de varios posibles protagonistas enfermos- nos habría dado una representación fidedigna de la realidad. Así que, si nos hubiéramos planteado hacer una historia coral -como en mis películas anteriores-, no habríamos logrado el objetivo de retratar la universalidad de todos los pacientes de Alzheimer; la suma de diversos casos sólo habría servido para reflejar la historia de un puñado de enfermos, pero no la de todos los enfermos. Por ello, decidimos concentrarnos en un único caso. A cambio, el ahorro de personajes nos iba a permitir concentrarnos en los detalles, acercarnos con mayor detenimiento a una situación particular, enriquecer la historia con más protagonistas secundarios (pero igualmente importantes) del entorno del enfermo: sus familiares, los doctores, etc. En esta enfermedad no vale con concentrarse únicamente en las vicisitudes del enfermo; los que le acompañan en ese mal trago son tan importantes como el propio paciente y sin ellos no queda retratada la enfermedad.
¿Por qué, entonces, Pasqual Maragall?...
Lo que hacía de él un buen candidato para protagonizar la historia no era el hecho de haber sido alcalde o ex presidente, ni tampoco el hecho de padecer Alzheimer, sino su forma original y valiente de afrontar la enfermedad. Cuando Pasqual Maragall, en su comparecencia pública, tomó el micrófono y anunció que le acababan de diagnosticar un principio de Alzheimer, en esa misma rueda de prensa propuso al mundo un giro en la lucha colectiva contra la enfermedad, y eso fue lo que multiplicó por mil el valor de su gesto. Al anunciar públicamente que no iba a quedarse recluido en casa como quien ya se da por vencido, Maragall estaba dando un paso hacia adelante de consecuencias inimaginables. Ése era precisamente el gesto que le aupaba a la categoría de protagonista; y era, además, un excelente punto de arranque para cualquier guión cinematográfico (documental o de ficción), pues, pese a ser un gesto excepcional, esa rebeldía de Maragall frente a la enfermedad respondía a la lógica interna que las historias deben respetar en el mundo del cine: la coherencia. No cabe duda de que aquel anuncio público de Maragall era, a todas luces, un gesto coherente, o coherente al menos en la lógica de una persona que siempre ha ido más allá de la norma.
La película retrata a la familia Maragall en su lucha contra la enfermedad del Alzheimer con una gran sinceridad.