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CRITICA
Por: PACO CASADO
El estreno de esta película ha coincidido, casualmente, a pocos días de la muerte accidental de su principal protagonista, el joven actor Anton Yelchin, que desgraciadamente supone uno de sus últimos trabajos para la gran pantalla, ya que aún hay varios títulos en post-producción pendientes de su terminación para ser exhibidos.
El film se centra en una banda rock de punk The Ain't Rights, compuesta por Pat, Reece, Sam y Tiger, que hace una gira en la que tienen poco éxito, que son contratados en un club perdido en un bosque de Oregón cuya actuación se convierte en una auténtica pesadilla ya que se verán atrapados en ese tranquilo y aislado lugar tras toparse con un horrible acto de violencia, y luchando por sus vidas cuando son acosados por una banda de skinheads neonazis, pertrechados con armas y perros, liderados por Darcy, el dueño del bar, que no desean dejar testigos.
El inicio del guion está inspirado en un grupo de rock que tuvo el director en sus años jóvenes del que plasma aquí algunas de sus experiencias en estos chicos veinteañeros metidos en una furgoneta haciendo conciertos cutres en locales pequeños, sin apenas públicos y mal pagados, llevados por su afición a la música y en el afán de llegar a ser famosos algún día, hasta que un grupo de skinheads trata de ocultar un asesinato del que uno de ellos ha sido testigo y pretende llamar a la policía para denunciarlo, convirtiéndose así en posibles víctimas del grupo culpable al estar en desigualdad de condiciones con respecto a sus atacantes, ya que no están preparados para defenderse.
Ellos tratan de hacerse fuertes en la habitación del crimen, originándose una situación insostenible en la que tienen que luchar por la supervivencia para poder salir de aquel infernal y claustrofóbico encierro en el que se ven envueltos, aterrados, desesperados y sin un plan de escape, a los que es desgarrador verlos sufrir.
Al director norteamericano Jeremy Saulnier más que interesarle hacer una radiografía de estos muy estereotipados personajes, que no son superhéroes, ni entrar en ideologías políticas que no hacían falta, lo que pretende es partir de una situación impactante y dejar correr los hechos cada vez más violentos, ya que apenas tienen más historia que lo que se ha resumido brevemente en las líneas anteriores.
Trata de sacar el máximo partido, pero tiene una narrativa poco original, nada novedosa, bastante hueca y reiterativa, que se hace repetitiva en sus impactantes imágenes, mil veces vistas en otras producciones, cuyos títulos están en la mente de todos los aficionados a estos géneros y de mucha más calidad cinematográfica que esta que comentamos que puede ser un calco de cualquiera de ellas.
Aquí se trata de la violencia por la violencia, en la que van cayendo componentes de cada bando de los grupos, víctimas y atacantes, los primeros tratando de salir y los otros intentando entrar para liquidarlos y no verse comprometidos al ser denunciados ante la policía.
La cinta mezcla los géneros del thriller, el terror y la acción, todos de serie B, en los que el director introduce elementos y características de sus dos títulos anteriores, 'Murder Party' (2007) y 'Blue Ruin' (2013), siendo viesto en España tan solo el segundo de ellos, siendo éste el tercero de su aún corta filmografía hasta ahora especializada en este tipo de producciones.
Para haber sido director de fotografía antes que ponerse detrás de la cámara como realizador este aspecto es bastante deficiente.
Película hecha con un escaso presupuesto de cinco millones de dólares que a la hora de hacer esta crítica apenas ha cubierto poco más de la mitad del mismo.
A pesar de ello tiene un atractivo reparto encabezado por el citado Anton Yelchin, Imogen Poots, el veterano Patrick Stewart y su actor fetiche Macon Blair que está presente en todos sus films hasta ahora.
Premio del público en los Festivales de Austin, Montreal y Nouveau Cinéma. Premio Narcisse, Denis-de-Rougemont youth y del público en el Festival de Neuchatel.
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