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CRITICA.
Por: PACO CASADO
Esta película fue rodada por el maestro John Ford en treinta días, en exteriores en uno de sus lugares preferidos, el Monument Valley y era la segunda que hacía en color, detrás de Tres padrinos (1948).
Se trata del segundo título de una trilogía que hizo Ford sobre la caballería de los Estados Unidos, que se completaba con Fort Apache (1948).
Su argumento trata acerca de un oficial de caballería, el capitán Brittes, un hombre ya maduro, que está a punto de retirarse de su larga carrera militar en el ejército y de su última misión llevada a cabo en la que intentará impedir una posible e inminente masacre durante sus últimos días de servicio activo.
Para realizarla el director volvió a reunir a la mayor parte del equipo, entre los que destacan Frank S. Nugent como guionista o Richard Hageman en la banda sonora.
Los inevitables apuntes de comedia a la irlandesa y escenas humorísticas, corren a cargo del sargento que incorpora Victor McLaglen, que junto con la espectacular destrucción del campamento indio, no pueden contrarrestar el aspecto fácil de este film, que en todo lo demás, y en el amplio sentido de la palabra, no es más que una agradable imaginería, un western elegíaco, sin mucha acción, con un ritmo lento.
Una de las cosas que suelen tenerse en cuenta en esta película es el buen tratamiento pictórico en la fotografía, en ocasiones cercano a la pintura, especialmente inspirado en los cuadros de Remington, que le valió ganar el Oscar para Winton C. Hoch en ese apartado.
Los actores que eran habituales en los repartos del gran maestro cumplen como siempre.
Para muchos, en esta cinta John Wayne hizo uno de sus mejores papeles, en una historia de amistad y de lealtad en una tierra inhóspita.
Sin embargo, según algunos críticos, tiene menos calidad que su predecesora.
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