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CRITICA
Por: PACO CASADO
Tras ser presentada en el Festival de cine europeo de Sevilla en una de las secciones paralelas y en la Semana de cine de Valladolid, certamen este último donde ha obtenido el Blogos de oro, llega a las carteleras la cuarta película del director lebrijano Benito Zambrano.
Estamos en España en 1946, la Guerra Civil hace siete años que ha terminado pero las consecuencias y las heridas aún permanecen abiertas, en una Andalucía rural sinónimo de pobreza, miseria, analfabetismo gobernada con puño de hierro donde la dignidad resiste ante las injusticias.
En ese ambiente un niño de nueve años, escapado de su pequeño pueblo, escucha los gritos de los hombres que lo están buscando, pero lo que hay delante de él es una árida llanura infinita, sin apenas vegetación y menos sombra, con un calor sofocante, que deberá atravesar si quiere alejarse definitivamente del infierno del que huye y llegar a su destino, la ciudad más próxima.
Ante el asecho de sus perseguidores, al servicio del duro, violento e inhumano capataz, convertido en cacique que humilla a los humildes jornaleros, sus pasos se cruzan con los de un pastor de cabras que va de camino para encontrarse con su hermana, que le ofrece protección ante los que les persiguen, y a partir de ese momento se producirá un cambio para los dos.
Ocho años después de La voz dormida (2011), Benito Zambrano vuelve al largometraje de ficción, tras realizar dos cortos y un documental, con esta arriesgada adaptación de la primera novela escrita por el extremeño, afincado en Sevilla, Jesús Carrasco, que fue publicada en 2013 en más de veinticinco países, ganadora del Premio de Literatura Europea en 2016, a cargo de los hermanos Daniel y Pablo Remón junto con el director.
Cuenta la historia de ese niño de la posguerra que escapa de su pueblo, arrasado por la violencia de la guerra, para cruzar una amplia llanura y profundos barrancos en cuya huida del implacable capataz, que tiene sojuzgados a cuantos hay a su alrededor, soportando las penas con dignidad y resignación, en lucha por la subsistencia, y en su caminar se topará con un solitario cabrero que le brinda protección, ante un entorno hostil, con el que entabla una buena amistad.
El cuarto largometraje de Benito Zambrano, adapta la exitosa novela homónima, con una prosa con personalidad propia, con una conmovedora historia de amistad entre el pastor, que desde hace tiempo vive al margen de la sociedad, y el niño que huye del capataz de su pueblo, dejando atrás a su propia familia.
Un film lleno de suspense y emoción en un entorno donde los que ostentan el poder lo utilizan de manera caprichosa, abusando, sin piedad, ni misericordia, de los más humildes porque éstos necesitan las migajas de su trabajo para poder comer y alimentar a sus hijos.
En ese ambiente en el que la gente está acostumbrada a sufrir, ocasionado por las consecuencias de una guerra que hace años ha terminado, surgen de vez en cuando hombres que aún tienen la fuerza suficiente para seguir luchando por su dignidad, por sus derechos y se resisten a ser sometidos injustamente, como el protagonista de esta cinta, la más compleja de su director.
Aunque en el inicio recuerda a las películas de desierto en los metros finales se asemeja al género western en la que el pistolero ha de enfrentarse a los malos en defensa de la ley, en este caso el niño perseguido por quien no es nada justo con sus semejantes.
La historia se sigue con interés aunque cabalgue al paso del burro del pastor que encarna de manera estupenda, una vez más, Luis Tosar muy bien acompañado por el pequeño actor que debutó en Techo y comida (2015), Jaime López, que le da una buena réplica en todo momento en este su segundo trabajo.
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