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CRITICA
Por: PACO CASADO
En 1843 el senador de los Estados Unidos William J. Tadlock conduce una caravana de colonos hacia Oregón, en busca de nuevas tierras donde comenzar una nueva vida en asentamientos del Oeste en Estados Unidos, pero su megalomanía le lleva a una insatisfacción creciente en su liderazgo.
Tadlock es un hombre exigente con sus principios y duro con aquellos que no cumplen las normas, enfrentandose a Lije Evans que no está de acuerdo con su manera de actuar.
Por el camino las familias deberán hacer frente a la angustia y a la muerte y acatar la justicia cuando ello ocurra aunque sea de forma accidental.
Un precedente de este film puede ser Cimarrón (1960), ya que en ambas el tema es el de la marcha de los colonos a través de las grandes extensiones en busca de nuevas tierras.
Es una sólida cinta, hecha con mano hábil, que nos va mostrando a los personajes a lo largo de la cansina caminata hacia la tierra prometida, Oregón.
El tema no sirve más que como pretexto para el estudio de la vida y costumbres de esas gentes, entre las que encontramos diversidad de personas: el ambicioso, el agricultor que emigra con sus propias plantas, el pastor, el solitario buen guía de caravanas que ha perdido a su mujer india, el viejo matrimonio, la chica joven enamorada, el nacimiento de un niño, la muerte de un hombre, el casamiento de la joven pareja y la separación de otra.
Odios, venganzas, arrepentimientos... toda la vida del Oeste encerrada en una sóla película que es como la vida misma.
Su mayor riesgo era su metraje, pero no se hace larga, ya que el espectador disfruta de la bien cuidada fotografía del experto William H. Clothier o de la estupenda interpretación de los tres veteranos protagonistas, Kirk Douglas, el farsante que mueve los hilos de la comedia, Robert Mitchum cada vez mejor, más maduro, y Richard Widmark como el gran actor que siempre fue.
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