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CRITICA
Por: PACO CASADO
En el último cine de acción que nos está llegando de Hollywood el productor Jerry Bruckenheimer es toda una garantía, al menos desde el punto de vista del espectáculo.
Su asociación con Tony Scott ha resultado hasta ahora beneficiosa.
Juntos han hecho Superdetective en Hollywood II (1987), Top Gun (1986), Días de trueno (1990) y Marea roja (1995), todas ellas de un nivel bastante aceptable.
Han creado lo que podríamos llamar un estilo propio.
En esta ocasión se han basado en un ágil e inteligente argumento de misterio y acción, en el que un joven abogado se ve inculpado de la muerte de un senador.
Éste posee las pruebas que delatan al verdadero culpable sin saberlo, lo que le convierte en el principal objetivo del político asesino.
Para colmo es abandonado por su mujer y despedido del trabajo.
Esta película se une a otras anteriores como El final de la violencia (1997) o El show de Truman (1998), que nos hacen recapacitar de hasta dónde puede llegar el Estado a la hora de vigilar a un individuo, siempre con el argumento por delante de preservar la seguridad nacional, cuando en realidad se le está vulnerando su intimidad.
Otro de los aspectos interesantes que se encuentran en este aparente film de acción, es que retoma la figura del falso culpable, puesta al día, que ya nos propuso con anterioridad Alfred Hitchcock en la cinta de igual nombre.
Encontramos así el espectáculo que siempre ofrece una película de acción pero con el contenido que plantean las cuestiones antes apuntadas.
Desde el punto de vista artístico está bien hecha, utilizando una tecnología de vigilancia por satélite que ciertamente nos admira y nos hace preguntarnos hasta dónde se va a llegar, pero que según dicen ya está anticuada.
Y todo ello para eliminar a un hombre inocente.
No obstante algo de ciencia ficción se nos antoja que hay.
En el capítulo interpretativo encontramos a un Will Smith cada vez más maduro, junto a la veteranía de Gene Hackman, siempre un valor seguro, cuyo papel nos recuerda en algunos aspectos al que hizo en La conversación (1974), de Francis Ford Coppola, que también iba por este camino.
Hay que destacar igualmente el aplomo de Jon Voight y el cameo inicial de Jason Robards.
Un film interesante y entretenido que ofrece un buen espectáculo.
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