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CRITICA
Por: PACO CASADO
Esta película se basa en la obra teatral de Ariel Dorfman y se desarrolla en un país sudamericano que hace pensar que pueda ser Chile, tras la dictadura.
La esposa del Presidente de la Comisión de investigación sobre la tortura y desaparecida durante la dictadura en un país sudamericano, Paulina Escobar, vive atemorizada por las torturas sufridas como activista política.
En un rincón apartado vive esa mujer que espera a Gerardo, su marido, un destacado abogado de un país sudamericano no identificado.
Éste, debido a un pinchazo y el mal tiempo lluvioso, llega acompañado del Dr. Roberto Miranda, que formó parte del antiguo régimen fascista, en el que la mujer cree reconocer a quien quince años antes la torturó y violó durante los interrogatorios siendo ella entonces una estudiante.
Debido a esa circunstancia fortuita hace que se encuentre con él, saque a relucir los demonios de su pasado y decide tomarse ahora su debida venganza.
Tras atarlo y amordazarlo intenta obligarlo a confesar la verdad ante el estupor y defensa del marido que la llama a la sensatez y al orden.
Siendo una obra teatral todo transcurre prácticamente en la casa, con tan sólo un par de salidas al exterior de la vivienda, que está situada al borde de un gran barranco.
Esto, que podía hacernos pensar que el film fuera un puro teatro, no es así, de lo que se ha ocupado su director Roman Polanski.
A ello ha contribuido notablemente el guion escrito por Rafael Yglesias, el autor del de 'Sin miedo a la vida' (1993), que se ha cuidado de concentrar debidamente lo bueno de la obra teatral e incluso de mejorarlo, definiendo más a los personajes y a las acciones.
Otro de los alicientes, en este sentido, es la formidable elección del trío de actores protagonistas, especialmente de Ben Kingsley, que es quien está mejor de los tres, dando perfectamente la duda y la ambigüedad en su rostro por lo que nunca podemos saber si está mintiendo o diciendo realmente la verdad, manteniendo así el suspense en todo momento.
Después destaca la actuación de Sigourney Weaver, pasando más desapercibido Stuart Wilson.
Con todo ello la cinta no llega a cuajar totalmente, aunque nos valga la excusa de la defensa de los derechos humanos y el que sea un alegado contra las violaciones y las torturas de las mujeres.
Afortunadamente Roman Polanski, que prefirió conservar el esquema teatral y no introducirle ningún flash back para hacerla más cinematográfica, se cuidó muy mucho de que la cámara tuviera la suficiente movilidad para que huyera de todo tufillo escénico, ya que de lo contrario tal vez hubiera sido otro el resultado obtenido.
El final no termina de convencernos mucho.
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