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CRITICA
Por: PACO CASADO
Siempre se ha dicho que los americanos son maestros en el género del musical, pero por si acaso hubiera alguna duda títulos como este que comentamos pueden aseverar esta afirmación.
En los inicios de los años 50 el musical americano comenzó a cambiar con la llegada a la M.G.M. de Vincent Minnelli y Gene Kelly con películas como 'Un día en Nueva York' (1949), 'Cantando bajo la lluvia' (1952), entre otros.
Poco después la Columbia también trató de imponer su estilo sobre este género como ocurría en Mi hermana Elena (1955), dirigida por Richard Quine, con Blake Edwards como guionista y Bob Fosse como coreógrafo.
Su argumento era muy sencillo, como es norma en los musicales de esos años.
Las hermanas Elena y Ruth Sherwood llegan desde Ohio a Nueva York dispuestas a conquistar la gran ciudad con su talento y triunfar, Elena como artista y Ruth como escritora.
Una es poco agraciada mientras que la otra se lleva a los hombres de calle con su belleza.
Sus aspiraciones son altas, pero su situación financiera es muy baja, y la mejor residencia que pueden obtener es un pequeño apartamento en un sótano en Greenwich Village.
Elena tiene dos admiradores, el empleado de una cafetería y un periodista.
Los dos rivalizan en obtener para su amada una oportunidad en el teatro, con la esperanza de poder conquistarla.
Ruth lleva una carta de presentación para Bob Baker, el editor de la revista L'amour.
Éste observa que los argumentos son flojos, pero que demuestra tener cierto talento como escritora.
Un día escribe un artículo sobre su hermana Elena, que se acaba convirtiendo en una serie de historias divertidas.
'Mi hermana Elena' (1955) pertenece a la primera etapa de Richard Quine y es un musical en el que ha prescindido de la espectacularidad que se considera propia de este género, para optar por la comedia ilustrada con canciones y bailes que se integran magistralmente en la acción.
La novela de Ruth McKenney dio lugar al musical de Broadway 'Los caprichos de Elena' (1942), de Josep Fields y Jerome Chodorov, con Rosalind Russell y Janet Blair como protagonistas, que ahora adaptan como guionistas Blake Edwards y Richard Quine, convirtiéndolo en un musical encantadoramente acogedor y alegre.
La trama aquí es lo de menos, ya que tan sólo sirve como excusa para colocar los números musicales, que son bastante acertados, de una gran sencillez y tan interesantes como la escena de la Conga o la del kiosco de música, unos números musicales que son encantadores y sugestivos, que nos hacen sentir el olor de las flores y las caricias del aire, coreografiados por Bob Fosse, que también interpreta imponiendo ese nuevo estilo de dinamismo alado que le caracteriza para lo que no necesita grandes espacios ya que con una escueta terraza es suficiente para exhibir su arte, realzado por el CinemaScope y el excelente technicolor.
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