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CRITICA
Por: PACO CASADO
¿Cual es la labor del director en una película?.
Apartándonos de consideraciones de tipo práctico, y abstrayendo un poco de concluir que es el que conoce las limitaciones que tiene y los medios de que dispone y conseguir tras pasar estas limitaciones con esa ayuda secreta de la inspiración.
Esto es lo que decía el pintor Braque, gran sacerdote de la pintura moderna: el único en vida que ha tenido el honor de que se le consagrara en una exposición homenaje en el Museo del Louvre, templo sagrado del arte de la imagen plástica.
Un hombre sufre un accidente con su coche en una pequeña población camino de Buenos Aires.
Debido a este percance, se ve forzado a permanecer en la localidad durante unas horas mientras se lo reparan.
Durante su estancia descubrirá que su mujer, Mónica, vivió en ese pueblo y que todo el mundo habla de ella, aunque de forma diferente, mientras él sabe poco de su pasado y está interesado en descubrirlo.
A José María Forqué, si no le ha fallado el conocimiento de su propia limitación, sí le ha faltado la inspiración.
Esto habría ocasionado la total debacle de las producciones cinematográficas españolas, a no ser por la reconfortante presencia de dos buenos actores argentinos, Alberto de Mendoza y Ana Casares y sobre todo por la emocionante tridimensionalidad de Jardel Filho, el único de los componentes del grupo que ha conseguido sacar su mano y sus emociones de la pantalla plana, para obtener un auténtico personaje, que invitaba a lo que el director no ha conseguido de los demás: a la contemplación y a la entrega ante el descubrimiento estético, ante la obra de arte.
En este mundo que trabaja agrupado, que es el cine, ocurre a veces este fenómeno: el descubrimiento de la belleza corre a cargo de un sólo hombre, que es aquí el único artista.
¡Lástima que no sea el director, que es el que tiene en sus manos más medios para obtener una obra cinematográfica artística!.
Jardel Filho, en su terreno, ha hecho lo máximo que podía hacerse: ofrecer un camino, algo trascendente, una fabulosa interpretación con un extraordinario conocimiento de lo que ésta supone para el cine.
En esta clase de films, tan fraccionado, en el que los actores están tan poco tiempo en escena, porque son muchas primeras figuras, hay que construir el tipo a base de una contracción y densificación de los recursos: pequeños gestos, discontinuidad acentuada.
Esto no lo ha comprendido un actor español de tanto bombo como Adolfo Marsillach, que se hace difuso en un hieratismo con el cual sólo logra desdibujar aún más el personaje que le ha tocado en suerte.
Debe olvidar los prejuicios que tenga contra eso que llaman la técnica de un actor, porque es la base y el posible sentido peyorativo se lo han dado a la palabra sólo aquellos que no saben definirla.
Y no debe olvidar tampoco que el actor interpreta "hombres" y que los personajes deben encarnar en él: ser carne de su carne y sangre de su sangre.
El guion de esta cinta se ha metido en excesivos líos sin que estuviera el director lo suficientemente preparado para resolverlos, y llega a tener claros defectos de script, vital factor cinematográfico, al estar varios personajes en las mismas escenas y no coincidir en los planos objetivos.
Según una acertada frase de un compañero "puede imaginarse que haya guiones malos, pero es muy difícil escribirlos".
Y en cuanto a José María Forqué no ha sabido desenvolverse y se ha liado totalmente en este ambiente "rashomónico" teniendo hasta fallos en la narración.
En la dirección de actores se ha encontrado con el divismo y la cortedad de Carmen Sevilla, la falta de expresividad, por repetido, de Adolfo Marsillach y nada más, porque lo bueno de la interpretación corresponde a los de fuera de la frontera nacional.
En resumen: un artista, el actor Jardel Filho trabajando en una película española, usando este complemento con el sentido peyorativo que habitualmente tiene.
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