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CRITICA
Por: PACO CASADO
Siempre se dice que William Shakespeare es uno de los mejores guionistas del cine, por los muchos argumentos que han dado la adaptación de sus obras, pero la verdad es que desde los comienzos del cine Charles Dickens tampoco se queda atrás como fuente de inspiración.
Bastantes novelas suyas se pasaron a la pantalla en variadas versiones, ya fueran fieles adaptaciones o incluso en musicales, como ocurrió con Oliver Twist, por ejemplo.
La novela original en este caso fue llevada a la escena con gran éxito, siendo una de las mejores escritas por Dickens, después de Oliver Twist.
Esta versión cinematográfica, a pesar de su larga duración, comprime los pasajes más importantes del texto literario para contarnos la historia de Nicholas Nickleby, un joven que en compañía de su hermana Kate y de su madre, se trasladan a Londres al morir si padre y quedar en la ruina, para pedir ayuda a su tío Charles, que lo coloca de profesor en un horrible orfanato a cargo del siniestro Squeers y su familia, verdugos de los pobres niños, de donde huirá en compañía del bueno de Smike.
El melodrama sigue fiel al pensamiento del autor dándose cita una vez más la miseria, el hambre, la ambición, la diferencia de clases, etc. Las bondades se dan entre los más humildes, mientras que los poderosos acumulan todas las maldades. Al final triunfará el bien y los malos recibirán su justo castigo.
Un guion bien construido, una bella fotografía y una música adecuada de la sensible Rachel Portman adornan el film junto al estupendo y abundante reparto de grandes actores que cumplen debidamente sus cometidos sin excesos, bien dirigidos por Douglas McGrath.
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