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CRITICA
Por: PACO CASADO
En el moderno cine negro norteamericano hay que introducir un factor, la droga, que el motor que mueve a los delincuentes a cometer sus delitos. Aquí son dos parejas, una de adolescentes (Bobbie y Rosie) que perpetran pequeños robos para ir tirando, la otra es la adulta (Mel y Sid) que actúa a lo grande.
Cuando el joven Bobbie es sorprendido por un guardia jurado mientras roba la máquina de bebidas de un colegio y es golpeado hasta casi matarle, acude a Mel que le cura las heridas y le trata como un padre, encontrando, en la desinteresada acogida de su nueva familia adoptiva, el cariño que no tuvo en la suya verdadera.
Pero Mel se aprovecha de él para que le ayude a efectuar robos a mayor altura y de esta manera los jóvenes prueban lo que es vivir mejor, vestir buena ropa y aterrizar en el paraíso de la droga, cuando en realidad lo que recorren a diario son las calles del infierno, enfrentándose a muerte con drogadictos que tratan de quitarles el producto que pretenden venderles.
Larry Clark, que dio ya un aviso con su primer film, Kids, continua por el mismo camino con esta cinta, dura sin paliativos, de tremendos y descarnados diálogos y situaciones de fuerte dramatismo que dejan un amargo sabor de boca.
Unos personajes para los que no hay salida del callejón de la delincuencia donde lo mejor que pueden encontrar es una sobredosis o una bala que acabe con su maldita existencia.
La película se basa en una novela del presidiario Eddie Little que se inspiró en un hecho real y como tal no escatima tampoco realismo en su puesta en escena, de la que se ha hecho un estupendo guión.
El film posee un notable trabajo de James Wood y Melanie Griffith, posiblemente para ella el mejor de su carrera hasta ahora, a los que siguen a buen nivel los dos jóvenes intérpretes, Vincent Kartheiser y Natasha Gregson Wagner.
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