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CRITICA
Por: PACO CASADO
El director argentino Carlos Sorín es conocido fundamentalmente por 'Historias mínimas' (2002) y 'Bombón, el perro' (2004), cintas ambas que fueron premiadas en el Festival de San Sebastián y que forman parte de una trilogía que ahora se cierra con El camino de San Diego, en torno a las gentes sencillas de su país.
Ésta cuenta la historia de Tati Benítez, un pobre serrador, que vive de forma precaria en plena selva argentina, que tras quedar en paro ayuda a un tallador a buscarle maderas y un día encuentra una raíz de timbó que cree tiene cierto parecido con su ídolo, Maradona. Al enterarse que ha sido internado, aquejado de una enfermedad cardíaca, hace un largo peregrinaje hasta el hospital de Buenos Aires para entregarle en persona su presunta talla, con el único objetivo de conocer a su ídolo.
Es una road movie, con aire pseudo documental en la que a través del recorrido pretende poner de manifiesto la crisis argentina, el corralito, la corrupción, aunque se queda sólo en intenciones que aparecen poco claras.
Más bien sobresale el poder de la fama, la solidaridad de la gente, a veces excesiva, ya que todo el mundo es bueno y ayuda al protagonista a cumplir su objetivo, el paganismo religioso hacia falsos ídolos en una especie de folklore sentimental, un fenómeno social muy argentino, ya que el pueblo necesita siempre creer en alguien.
Esta vez el director abandona la Patagonia, pero no a las gentes sencillas, y continúa con sus historias mínimas sobre las creencias llevadas a cabo con buen humor, aunque resulta algo reiterativo, ya que el relato no da para mucho y siempre con actores no profesionales a los que dirige con naturalidad y saca momentos auténticos de verdad.
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