22 Octubre 2024. Alonso Ruizpalacios, director de La cocina: «La película constituye un tributo, trágico y cómico, a las personas invisibles en estos espacios».
Alonso Ruizpalacios, director de las multipremiadas Güeros (2014), Museo (2018, Punto de Encuentro en la 63ª Seminci) y Una película de policías (2021), ha presentado hoy en la 69ª edición de Seminci el estreno español de La cocina. Protagonizada por Rooney Mara (Carol, El callejón de las almas perdidas) y Raúl Briones, la película ofrece una mirada al interior de la cocina de un famoso restaurante en el corazón de Manhattan, revelando las jerarquías y dinámicas de poder implícitas en este entorno laboral.
La cocina, que adapta libremente la obra de teatro de Arnold Wesker, The Kitchen, surgió de un lugar muy personal para el director: «Wesker perteneció a la generación inglesa de los Angry Young Men; estos jóvenes que durante la posguerra tenían un sentimiento de descontento y frustración en una sociedad que no les había dejado un lugar. Yo conocí la obra cuando estaba estudiando actuación en Londres y, al mismo tiempo, trabajaba en la cocina de una trampa para turistas. Ahí fue donde me enamoré del universo de las cocinas, de su ritmo y su drama. Son lugares muy caóticos, pero también donde hay una experiencia migrante. Eso tienen en común las grandes ciudades, que son como puntos de reunión de muchas nacionalidades. Quería retratar esa torre de Babel que vi y la obra de Wesker siempre se quedó conmigo», ha explicado Alonso Ruizpalacios.
Sobre la decisión de rodar en blanco y negro, el cineasta ha comentado: «Desde que empecé a escribirla lo vi así; fue un instinto. Después descubrí que tenía que ver con borrar la especificidad temporal. Me gustaba la idea de no saber cuándo tiene lugar la historia, si es hoy o hace 20 o 30 años, y enmarcarla en una especie de fábula. Quería algo que fuera un poco más allá del realismo. Además, la fotografía juega mucho con el contraste y, al final, ese es el tema de la película».
La cocina construye un tributo, trágico y cómico en partes iguales, a las personas invisibles en estos espacios. Ofrece, al mismo tiempo, una mirada a la vida de los inmigrantes que a diario llegan a Estados Unidos en busca del ‘sueño americano’. En ese sentido, aunque la historia se desarrolla en un escenario extranjero, Ruizpalacios no se aleja nunca de la realidad de los mexicanos. «Hice dos viajes previos de investigación, donde entrevisté a cocineros sin papeles que me contaron cosas muy impactantes y dolorosas; también otras muy divertidas. Mi foco principal sigue siendo la experiencia de mis paisanos».
Para el cineasta también era importante mostrar los matices en los seres humanos de distintas razas. «No me interesaba retratar a todos los blancos o yanquis como los malos y todos los no blancos como los buenos. Creo que el mundo no es así. El racismo no tiene raza. Si bien es cierto que históricamente algunas razas han sido las opresoras; hay algo más complejo allí que tiene que ver con el capitalismo, con quién controla los medios de producción. Esto me hace recordar también a Wesker, que estaba siempre preocupado por el mundo que estábamos construyendo. Un mundo donde la productividad está por encima de las relaciones humanas y los sueños».
Sobre la experiencia de rodaje, Ruizpalacios ha apuntado: «Lo primero que tuvimos que hacer fue inventar el restaurante, formar su identidad y, en base a eso, diseñarlo todo. Para cuando empezamos a filmar ya podíamos haber abierto un restaurante». Según el cineasta, se trata de un universo que se hace eco en el mundo de la producción cinematográfica: «Creo que hay algo universal en el funcionamiento de una cocina que se puede extrapolar a otras industrias. Cuando estaba escribiendo la película, pensé mucho en un equipo de rodaje. Las dos son sociedades con una organización militarizada, con jerarquías muy marcadas».
También ha destacado el trabajo detrás de la secuencia que mejor retrata el caos de estos lugares de trabajo: «Esa sola escena nos llevó semana y media de filmación. Previo a ello, los actores tomaron clases de cocina durante un mes. Por las mañanas iban a la escuela y por las tardes nos dedicábamos a ensayar e improvisar. Fue una escena de mucho ensayo, es casi como una coreografía de musicales», y ha añadido que ideó la película como una sinfonía. «Pensé la película en movimientos musicales, más que en actos dramáticos. La introducción, por ejemplo, era una especie de obertura. Y después del clímax viene un adagio, que suele ser el tercer movimiento antes del gran final. El ritmo es algo en lo que pienso mucho y para mí inicia desde la escritura, no en la edición».