Desde los nueve años trabajó duramente para huir de la miseria en la que se veía inmersa. Su inquebrantable energía y la autodisciplina que se impuso le permitieron rápidos progresos.
Pronto se convirtió en la “tercera de la izquierda de la última fila” de coristas de un conocido espectáculo neoyorquino del que saltó al cine.
Estrella exclusiva de la Metro durante diecisiete años, su inicial imagen de ingenua fue evolucionando hasta convertirse en un velado reflejo de su propia personalidad: temperamental, dominante, autoritaria e indestructible.
El único Oscar de su carrera lo recibiría en 1946 por “Alma en suplicio”, cuando la estrella ya había abandonado el estudio que la lanzó a finales del periodo mudo y reanudaba como independiente su carrera, que se prolongaría hasta 1970 con más de ochenta títulos.
Curiosamente tuvo que recibir la mencionada estatuilla en su cama, de manos de Michael Curtiz, al estar aquejada de una fuerte gripe.
Si el éxito la acompañó en todas sus empresas, no ocurrió otro tanto en su vida privada. Sus tres primeros matrimonios, con los actores Douglas Fairbanks Jr., Franchot Tone y Philip Terry, naufragaron estruendosamente. Solo el cuarto marido, Alfred Steele (presidente de Pepsi-Cola), pareció llevarse bien con ella. Pero su súbita muerte, en 1959, dejó sola a la estrella.