Hubo una vez un estilo casi olvidado que requería del amor. Comunión absoluta de unos...
Hubo una vez un estilo casi olvidado que requería del amor. Comunión absoluta de unos hechos con unos receptores, de unas vidas repentinamente no-vidas hacia otras no-vidas repentinamente vidas. Comunión del amor que fue desarrollada a lo largo de copiosas listas de material cuando todos los caminos llevaban a Hollywood y el cine era aún una “moveable feast”.
Así, cuando el corresponsal neoyorquino de cierto periódico inglés decía en septiembre último que “My fair lady” es uno de esos films que ya no se hacen, avocaba sin esfuerzo a una época de comunicación y amor como no se ha vuelto a dar, desde un punto de vista de fenómeno global, desde 1055-56, con los primeros y balbucientes “scopes” Metro y Fox, en plena crisis de la Meca del cine y el temor a una debacle que, si no acabó del todo con el sistema, sí lo modificó notablemente.
Cuando José María Palá me habla del cine de Hollywood como el resultado de unos sistemas de producción más que como la labor aislada de un grupo de creadores, hace algo más que destacar el verdadero secreto del cine americano, se anticipa a la clarividencia de Langlois, que en la cinemateca francesa ha venido rindiendo homenaje a las glorias Metro y Fox y ahora la emprende con la Columbia.
Al mismo tiempo, ambas clarividencias nos revelan una postura que comparto plenamente: el cine de productor deviene la inevitable necesidad de una visión conjuntiva del cine americano a partir de estilos Fox, Metro, Warner y Universal, con sus distintos subderivados: estrellas, directores, guionistas, sistemas técnicos, lanzamientos publicitarios, etc…
Es evidente que el cine americano es el que más se ha preocupado en todo momento por alcanzar un punto medio entre una madurez expresiva y un mimo hacía su público, que éste, desde las primeras apariciones de la Pickford o Harlow a las recientes evoluciones Gardner-Burton en “La noche de la Iguana” o Hudson-Day en varios films, ha sabido agradecer.
Tomando siempre este amor a su público como una norma inalterable, Hollywood ha soportado durante medio siglo todos los embates de crisis o modas, adecuándose a ellas, venciéndolas, finalmente, para imponer siempre su estilística, demagógica si se quiere, que no consiste más que en la aceptación de sus defectos iniciales y adquirir a partir de ello su sublimación.
Como en las más elementales muestras del comic clásico, que es una de las más reveladores características del americano medio, todo film, salido de los estudios hollywoodienses en los últimos treinta años ha aspirado no a imponer un criterio o reflejar una circunstancia externa, caso del cinema de qualité europeo, sino a extrovertir el inconsciente colectivo menos intelectualmente contaminado. Es decir, obras construidas sobre sentimientos elementales de la clase media americana, ya sea en films serie A como B, en determinado momento y de cada generación.
Para la total comprensión del pop-cinema, que sólo en América y algún film italiano ha tenido sus exponentes válidos, es necesario entender que un film como “Bye bye Birdie” está concebido enteramente en función de las generaciones amamantadas por Elvis Presley, en tanto que “Aquella noche en Río” sólo pudo nacer de una generación que:
.- Estaba en guerra
.- Se excitaba con Betty Grable
.- Acababa de descubrir el tecnicolor
Esto, sin embargo, sería otra historia que no hace sino determinar claramente no divergencias aparentes, sino afinidades comunes que yacen bien patentes y deterrminantes en el fondo de estas divergencias.
Este mimo del público podemos encontrarlo, como he dicho, en ciertas facetas del cine italiano, tales como el film de teléfono blanco y el folletín Amadeo Nazzari-Yvone Sanson-Antonella Lualdi, pero en ninguno de estos casos puede hablarse de una estilística sino de una continuidad casual.
No se trata del caso de los fumettis, cuya estilística es innegable y cuya estética, por más que cueste reconocerlo, es plenamente válida (detestabe o aceptable en cuanto a calidad, pero totalmente existente en cuanto a estética), sino de un cine correspondiente a etapas-clave y sin mayor trascendencia.
Habría de ser con la serie de peplums iniciada después de “Hércules” de Piero Francisci (1957) cuando el cine italiano alcanzaría su primer pop-cinema estéticamente reconocible, y es curioso notar cómo sería siguiendo postulados eminentemente hollywoodienses hasta tal punto que cuando la Fox realizaba, cinco años después, “El león de Esparta, el clásico look-scope-Fox de los años cincuenta se había convertido en un look-.peplum que hacía muy difícil su identificación nacional.
Al enfrentarnos a esta estilística del cine americano habremos de empezar por las casas productoras y convencernos apriorísticamente de que todo film de gran público, de los llamados para la masa, puede no ser importante en cuanto a aportación cultural individual, pero es siempre valioso para una valoración total de la cinematografía, momento y estética a que pertenece.
“Ivanhoe”, “Rose-Marie”, “Sinuhe el Egipcio”, “Sucedió en la quinta avenida”, films que no encontraremos en ninguna historia del cine pero que son cimientos de un sistema y que conllevan, en mayor escala, que otros films culturalmente más pretenciosos, reflejos de la sociedad en que fueron producidos, ya sea a través del impacto que produjeron, ya por la necesidad de que fuesen hechos.
Texto escrito en 1965 por RAMÓN MOIX