¿Qué le pasa al Festival de Bilbao, que no acaba de levantar cabeza?. Su problema ya no estriba...
¿Qué le pasa al Festival de Bilbao, que no acaba de levantar cabeza?. Su problema ya no estriba, al igual que pudiera ocurrir en sus primeras ediciones, en seleccionar con rigor, puesto que, a decir verdad, no existe la menor materia seleccionable. Es, pues, esta ausencia de material de calidad lo que abruma a nuestro certamen.
Y no sé si esto es debido a ignorancia de lo que se hace hoy de representativo por el mundo, a una incapacidad para contratar estas películas o a una actitud que respondiera a un criterio previamente adoptado (esto es lo más probable).
En cualquier caso, tanto el año anterior como el presente, es la participación española quien más ha destacado. Y habida cuenta de la abrumadora situación de inferioridad en que ésta se desenvuelve con respecto a la internacional, podremos hacernos una idea de la calidad media de la aportación extranjera al Certamen de Bilbao.
De lo que no cabe duda es que éste no interesa a los documentalistas de fuera. Y a partir del presente año, ni siquiera a los nacionales, a juzgar al menos por la desbandada considerable de cineastas y críticos qué ha existido con relación a los primeros. Resultado: el festival más triste y aburrido de cuantos se han celebrado hasta la fecha.
Por regla general, el público era numeroso, pero totalmente lánguido y abúlico, negándose a participar activamente y aplaudiendo sistemáticamente y mecánicamente todos los bodrios que desfilaban por la pantalla, con objeto de mantener el buen tono respetable del ambiente.
En cierta ocasión, e intentado reanimar a la concurrencia, la dirección llegó incluso a utilizar el altavoz para invitarla a mantener un espíritu documentalista, pero la cosa no surtió el menor efecto más que nada porque la gente se preguntaba qué podría ser eso del espíritu documentalista.
En vista de ello, a no se sabe quien se le ocurrió distribuir a los espectadores una banderita de papel durante la última sesión nocturna a concurso.
Y a mi pregunta para indagar la razón de tal hecho insólito, el empleado uniformado que las distribuía (si no me equivoco. creo que se trataba del gerente del local) no supo exponer ninguna razón lógica.
En verdad, había que ver este espectáculo para comprobar hasta que grado de decadencia puede denigrar un festival.
Superada la primera sorpresa, cada espectador fue acomodándose sin soltar su banderita, algunos, molestos por esta situación ridícula a que se les sometía, otros, desconcertados por no saber qué hacer con semejante objeto; los restantes – algunos jovenzuelos exhibicionistas-, agitándola en plan gamberro. (Se de alguien que terminó por disparar la suya hacia la pantalla a modo de protesta).
En resumen, que más que la euforia deseada lo que se consiguió fue que la confusión reinara a lo largo de toda la velada. Y se diría que hasta el operador se sintió contagiado por la misma, había cuenta que confundió totalmente el orden de proyección de los films con respecto al anunciado en el programa, olvidándose, para colmo, de pasar la película de Saul Bass, a todas luces la más atractiva de la noche…
Si siempre se ha caracterizado el Festival de Bilbao por unas dosis considerables de provincianismo estrecho, lo de este año ha rebasado la medida de todo lo previsible. Que caiga pues la vergüenza sobre él. A este paso, y a no ser que se encuentren personas más capacitadas para dirigirlo, habrá que ir pensando en darle el cerrojazo. Y sería en verdad una lástima. Aunque solo fuese por la oportunidad que ofrecen a los documentalistas españoles de poder presentar sus obras al público.
Lamento mucho tener que hablar así, pero creo que ha llegado el momento de dejar de emplear paños calientes, y de enfrentarse abiertamente con una realidad plagada de grietas profundas y que corre el peligro de originar un hundimiento definitivo y al expresarme de esta forma no hago otra cosa que recoger el sentir general del público especializado y no oficial. Tanto es así que diría que hasta los propios organizadores se hallaban conscientes de esta situación, pues cada vez que se dejaron ver en el vestíbulo (y eso ocurrió escasísimas veces) me dieron la impresión de mostrarse algo nerviosos, huidizos, poco accesibles… Únicamente, el señor Lafarga, cuya actividad al frente de la sección que tiene a su cargo ya fue juzgada en años anteriores, con suficiente exactitud, por mi colega Santiago San Miguel, pareció hallarse más presente, pero demostrando tan poco tacto y diplomacia en la única ocasión que tuve que recurrir a él en busca de información, que más vale que hubiera seguido el ejemplo de sus colaboradores.
Por esto y muchas otras cosas se hubieran pasado por alto en Bilbao en el caso de haber podido contar con películas de calidad. Y, desgraciadamente, no ha ocurrido eso. Si el año anterior dije que la agrupación de los títulos de valor apenas habrían alcanzado para confeccionar un par de programas, en lo que respecta al presente podría llegar únicamente a uno sólo.
Texto escrito en 1965 por JAVIER SAGASTIZABAL