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CRITICA
Por: PACO CASADO
Tras su paso por los festivales de cine de Cannes, Toronto y la Seminci de Valladolid, llega a las salas españolas este drama romántico japonés sobre la relación entre Misako Ozaki, una joven apasionada, aprendiz de autodescripción de películas para invidentes y Masaya Nakamori.
En una proyección cinematográfica conoce a Masaya, un fotógrafo famoso, mayor que ella, que padece una dolencia por la que está perdiendo la vista muy lentamente debido a una enfermedad degenerativa.
Misako, desconectada del mundo que le rodea, pronto descubrirá las fotografías de Masaya que la transportarán a algunos recuerdos de su pasado y nacerá una relación bastante improbable entre ambos.
Juntos aprenderán a ver de una manera resplandeciente el mundo que antes era invisible a sus ojos y entre ellos nacerá una tensión dialéctica y emocional que mostrará las frustraciones de ambos ante la vida, cuyo desarrollo dramático no acompaña.
Mientras ella aporta esperanza a los que no ven con sus comentarios, él se va metiendo cada vez más en la oscuridad del mundo que le espera sin visión.
La veterana directora de 'Aguas tranquilas' (2014) o 'Una pastelería en Tokio' (2015), que siempre ha capturado a través de las imágenes una honda trascendencia poética, aquí en su décimo largometraje de ficción, hace un particular homenaje al cine con una puesta en escena intimista, con abundancia de primeros planos, con metáforas y símbolos visuales, con los que intenta hablar de la sensibilidad de las personas que son ciegas hacia el mundo que no conocen porque no pueden ver.
La divide en estas dos historias que se van uniendo, la de la chica que hace los guiones que narra lo que aparece en la pantalla para ayudar a "ver" el film a los invidentes y el fotógrafo que va dejando de ver porque va perdiendo la vista.
Tiene un inicio que comienza francamente bien con el drama de esta pareja de solitarios, con sus traumas familiares, expuesto de manera sensible, pero después la trama se hace un poco reiterativa en las repeticiones de las sesiones de autodescripción y se pierde en ese universo visual un tanto preciosista del fotógrafo.
Empieza con esa idea de explicar las cintas a personas que no pueden ver, pero se va desinflando a medida que avanza, tras lo cual remonta algo en los metros finales.
La historia reflexiona sobre la capacidad del ser humano de sentir más allá de los sentidos, con la delicadeza de la directora a la hora de plasmar en la pantalla las sensaciones de manera orgánica con los elementos naturales y los humanos con la profundidad espiritual que también encierran los sentimientos, como la soledad, el vacío o la muerte, pero se olvida un poco de informarnos sobre el pasado de sus solitarios personajes de los que apenas nos proporciona datos.
Naomi Kawase, que nos emocionó con 'Una pastelería en Tokio' (2015), expone una galería de elementos culturales japoneses y temas como lo efímero de la belleza de las cosas y se acerca al mundo de los ciegos a través de esta chica cuya sensibilidad choca con la del amargado fotógrafo.
Ciertamente es difícil contar a través de las palabras las emociones que deben sentir aquellas personas que no pueden ver y que para los que sí lo hacemos nos entran por los ojos mediante las imágenes, pero a veces las emociones son demasiado complejas para ser descritas con palabras.
Kawase reflexiona aquí sobre el cine, la vida, lo efímero de las imágenes y nuestro mundo interior.
La improbable relación amorosa entre los protagonistas se cuenta con esa sensibilidad y poesía de Naomi Kawase en medio de espectaculares paisajes, mientras hace una reflexión sobre la naturaleza del cine, la luz y la ceguera en la que lo mejor está entre lo visual y lo sonoro, pero no logra superar a su anterior película, la mejor de su filmografía, hasta ahora.
Premio del Jurado Ecuménico en el Festival de cine de Cannes.
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