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CRITICA
Por: PACO CASADO
La película habla con humor, en una comedia coral, sobre el gran problema de la despoblación y los prejuicios a la hora de aceptar a aquellos que son diferentes a nosotros.
La protagonista, Teresa, teme que desaparezca Fuentejuela de Arriba, una pequeña aldea situada al pie de la montaña donde ha vivido siempre.
Está casada, pero separada de su marido, el actual alcalde que casi nunca aparece por el pueblo, tiene un hijo y unos cuantos amigos, los mismos habitantes con los que cuenta la aldea.
Son los justos como para montar una fiesta patronal, recibir a alguna autoridad que se acuerde de que existen y hacer lo posible por intentar no dejar marchar a nadie más del lugar donde el silencio de las calles les recuerda que cada vez están más solos y aislados.
Y es que tienen un problema, que si no hay al menos 18 habitantes va a ser muy difícil conservar el derecho a tener médico, cura y la quitanieves para el invierno.
Son 15 actualmente pero afortunadamente llegan cuatro personas de color a los que quieren retener y que se queden a toda costa para cumplir con el número de habitantes necesarios.
Por una parte unos les tienen miedo de que les roben, por otra comprenden que los necesitan, además como mano de obra, y ahí está el dilena, entre los mismos habitantes del pueblo.
Hay además otro problema, y es que son inmigrantes sin papeles, algo que tratan de aprovechar los del pueblo de al lado, Fuentejuela de Abajo, debido a la rivalidad que existe entre ellos.
Se trata del segundo trabajo de la cineasta argentina afincada en nuestro país, Marina Seresesky, tras debutar con La puerta abierta (2016), ambas con Carmen Machi como protagonista, cuyo tema es el de la despoblación de algunos pueblos que se están quedando vacíos para lo que hay incluso algunas ofertas muy atractivas para poder volverlos a habitar.
Precisamente son interesantes para ello los inmigrantes que constantemente están atravesando nuestras fronteras, y que en muchas ocasiones son explotados por personas sin conciencia aprovechándose de que no tienen trabajo, comida, ni un lugar donde vivir.
Hay un estudio que recoge esta problemática y en ello se basa el guion de este film que ha escrito la propia directora, pero esa solución a veces no lo es tanto ya que algunos que nos llegan son gentes preparadas que lo que desean es trabajar en lo que conocen, vivir en una gran ciudad que les de esa oportunidad en la vida en lugar de en un pueblo abandonado.
La idea es tratar el problema pero bajo el signo de la comedia y como en su cinta anterior Marina vuelve a recurrir a la familia, aunque en este caso sea en un ámbito más amplio como la que constituye ese puñado de habitantes del pueblo en el que todos se conocen y conforman esa familia aunque sea artificial.
Marina en este caso pasa del encierro de La puerta abierta (2016) a la amplitud de exteriores de esta historia con unos diálogos rápidos, frescos y divertidos.
Dentro de la comicidad también se desliza una crítica a la actualidad social que vivimos en estos momentos, la del miedo al desconocido, la del racismo, la de no querer al que tenemos enfrente debido a los prejuicios y que no nos quiten lo nuestro los que llegan, cuando es necesario que todos nos ayudemos, sea de la raza que sea, y de donde proceda y eso también se toca aquí, aunque sea a base de tópicos.
El peligro es que ello se pueda transformar en odio y eso siempre puede suceder.
La película está pensada para entretener y divertir pero también nos puede hacer pensar, aunque no sea más que una astracanada, en la que las situaciones se repiten constantemente y que la interpretación esté en ocasiones pasada de rosca con la idea de hacerlas más divertidas.
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