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CRITICA
Por: PACO CASADO
Cambio de dirección que esta vez ha recaído en Guy Hamilton, un correcto realizador, como podía haberse elegido cualquier otro profesional, para esta nueva aventura del agente 007 con licencia para matar, James Bond, basándose, una vez más, en una de las novelas escritas por Ian Fleming.
Como es ya normal en esta serie, 'Diamantes para la eternidad' (1971), es una obra esencialmente de productor o mejor dicho de productores, puesto que en este caso son dos, Harry Saltman y Albert R. Broccoli, que continúan explotando el filón que encontraron en estas interesantes novela de Fleming.
Se podría haber pensado, que tras el bache que tuvo la serie de las aventuras de James Bond en la parodia de Casino Royale (1967), la vuelta de Sean Connery al papel que le hizo ciertamente famoso con este mítico personaje, al regresar ahora con todos los honores, la serie, de la mano del actor favorito y de sus productores de siempre, estos se preocuparían de darle una mayor novedad y aires renovadores al producto, pero lo que han hecho no ha acabado de convencer.
Una investigación de contrabando de diamantes lleva a James Bond a Las Vegas, donde descubre un malvado complot en el que se encuentra involucrado un rico magnate de los negocios.
En 'Diamantes para la eternidad' (1971) se vuelve a repetir el mismo esquema que en las anteriores, con esos inventos que llaman la atención, las chicas estupendas en bikinis, las dinámicas persecuciones, las pelas a puñetazos, el consabido malo muy malo con gatito blanco incluido, los habituales planes para acabar con las mayores potencias mundiales, la lucha final y el consabido triunfo del héroe todopoderoso.
Es más o menos lo mismo que venimos viendo en las entregas anteriores desde hace ya diez años, cuando apareció aquella ya tan lejana Agente 007 contra el Doctor No (1962), posiblemente la mejor película de la serie hasta el momento presente.
Lo de repetir la fórmula ya no convence como antes, por muy dinámicas y emocionantes que sean las aventuras y por muy estricto que sean los bikinis que viste la magnífica Jill St. John en este caso.
Todo suena ya a conocido, aunque el público, es la verdad, continua pasándoselo bien al contemplar el espectáculo que supone esta clase de films.
Sean Connery vuelve a su papel, la música de John Barry sigue siendo atractiva y adorna bien las imágenes, posee un buen tono de producción cara, todo ello hace que la cinta tenga el aire que requiere este tipo de argumentos, basado nuevamente en la novela de Ian Fleming, que por cierto no es el director, como pone la crítica de un diario sevillano, entre otras cosas, era imposible porque murió siete años antes de que se hiciera esta película, el 12 de agosto de 1964.
Nominada al Oscar al mejor sonido. Premio Golden Screen Germany.
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