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CRITICA
Por: PACO CASADO
La serie de James Bond es posiblemente la más larga de la historia del cine con 25 capítulos y algún día tendrá que acabar, al menos por esta vez sí le ha llegado la hora al actor Daniel Craig y el momento de la despedida del personaje, con un final que quizás no sea el más deseado para él, ni del agrado de los espectadores.
Han pasado muchos años desde aquel primer Agente 007 contra el Dr. No (1962) y han cambiado muchas cosas.
Han sido varios los directores, los actores e incluso la caracterización de los personajes como Moneypenny, la edad de Q o la serenidad de M, entre otros.
James Bond ha ido cambiando a más humano, menos ligón, se ha enamorado de Madeleine Swann que tiene una hija de corta edad, Mathilde, y ha dejado el servicio secreto activo, lo que no impide que sus enemigos traten de matarle, una vez más, entre ellos la organización Spectra, que dirigía Ernst Stavo Blofeld, ahora encarcelado por Bond.
Su recién encontrada tranquilidad en la isla de Jamaica se ve interrumpida por la visita de su viejo amigo de la CIA, Felix Leiter, que le pide ayuda, que colabore con el departamento de inteligencia americano y aunque en un principio se niega, pronto se verá involucrado en el caso.
A partir de ese momento ambos le siguen la pista a un misterioso villano que está en posesión de la más peligrosa nueva arma, consistente en un virus letal que ha obtenido un científico que forma parte del proyecto Heracles, al que ha secuestrado, lo que le hará volver al servicio activo, encontrándose con la sorpresa de que hay un nuevo agente con el número de 007, es una mujer y de raza negra.
Una vez más se utilizan los caracteres creados por Ian Fleming en torno a los cuales se ha ideado una nueva aventura a cargo de los guionistas Neal Purvis, Robert Wade y el director Cary Joji Fukunaga, que tiene en su filmografía un título de un género tan distinto como la versión de Jane Eyre (2011) y ahora una película de acción tan espectacular como suelen ser las del Agente 007.
La historia es muy extensa, es la película más larga de la serie, tiene diversas escenas de acción y se tarda en conocer al malvado Lyutsifer Safin, con menos carisma que los anteriores, que no da aspecto de ser muy poderoso, aunque si impresiona, pero en ningún momento el film cansa ni aburre, se pasa en un vuelo.
Fukunaga es un director que aunque tenga apellido japonés debido a su padre, sin embargo nació e Oakland, California y del que conocemos dos de sus títulos anteriores Sin nombre (2009) y Jane Eyre (2011) ambos con un buen nivel desde el punto de vista artístico, y es el primer americano que dirige un Bond.
Decíamos antes que ha habido cambios en la serie e incluso en la presentación, cuyos títulos de créditos aparecen tras un prólogo inicial un poco avanzada la proyección y la música esta vez está compuesta por Hans Zimmer, aunque en algún momento introduce el tema bondiano.
Dada su longitud da la impresión de que su ritmo es más lento de lo que es habitual en la saga, pero la emoción está asegurada con los momentos de acción salpicados a lo largo del metraje.
La puesta en imágenes de Fukunaga es interesante aprovechando todos los momentos espectaculares, persecuciones, escenas de acción, y los maravillosos decorados como suele ser habitual y en este caso son los de Noruega, Jamaica, Cuba y Londres.
Por otro lado muestra también sensibilidad en los momentos más dramáticos, humanos o íntimos.
No faltan el Aston Martin y los inventos de Q. usados en el momento oportuno, ni la canción habitual, esta vez cantada por Billie Eilish.
El reparto está encabezado por quinta y última vez por Daniel Craig, pero aquí no se ve rodeado de chicas Bond, sino de su amor encarnado por Léa Seydoux como Madeleine, de la española Ana de Armas como la agente Paloma, de Lashana Lynch como Nomi y Naomie Harris como Monneypenny y en cuanto a los hombres destaca la presencia de Raph Fiennes como M, Rami Malek el malo de turno y Christoph Waltz en una escena memorable como Blofeld.
Una película de James Bond siempre tiene asegurado el espectáculo y en esta ocasión no iba a ser menos.
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