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CRITICA
Por: PACO CASADO
Andreas Dresen es un joven director (36 años) experimentado en el campo del documental que hace con ésta su primera película de ficción que tiene mucho del género del que proviene y que demuestra un gran sentido de la observación.
Toma a tres personajes, los que sitúa en Berlín en 1996 en una noche especial, con la ciudad colapsada por la estancia del Papa Juan Pablo II.
Una chica sin hogar que se encuentra con un billete de 100 marcos, decide pasar la noche en un hotel; un ejecutivo que acude al aeropuerto a recoger a una persona, se encuentra con un niño negro que no han ido a por él y tiene la oportunidad de mostrar sus buenos sentimientos con el pequeño, y un campesino que llega a la ciudad con la idea de hacer el amor da con una prostituta adolescente y drogadicta.
El film se detiene en algunos aspectos sórdidos de la sociedad y echa una mirada a la juventud actual, sin porvenir, que busca una razón a sus vidas.
Tiene un tono amargo en la denuncia social que hace y en su agudo sentido crítico acerca de las injusticias que nos presenta de esta llamada sociedad del bienestar en la que a duras penas esas pobres gentes encuentra un rayo de esperanza.
Hecha con pocos medios y una gran honradez, posee un relato bastante ágil, con un guión que combina bien las acciones paralelas de los tres personajes y algunos más que se cuelan en la acción que contribuyen a enriquecerla, como el grupo de gamberros que roban el coche del ejecutivo que terminan por quemarlo por simple diversión.
Unos trabajos ajustados de los actores, uno de los cuales, Michael Gwisdek, recibió el premio de interpretación en el Festival de cine de Berlín y en la Semana de Cine de Valladolid Andreas Dresen logró el Premio Pilar Miró para el mejor nuevo realizador.
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