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CRITICA
Por: PACO CASADO
Para el crítico, Theo Angelopoulos es un viejo conocido del que se pasó buena parte de su filmografía en la Semana de Cine de Autor de Benalmádena y del que comercialmente en España tan sólo se ha estrenado 'Paisaje en la niebla' (1988) y ahora 'La mirada de Ulises' (1995).
En esta película se mezcla su primera idea de hacer una versión muy particular de la Odisea, con una experiencia propia y la captación de la mirada de Ulises del escultor Giacomo Manzu que murió sin poderla llevar a cabo.
Esta es la historiade un cineasta griego que se fue de su país tras sufrir las aflixiones de su vida durante unos años y vuelve siendo perseguido de nuevo.
Todo el film es una búsqueda.
El protagonista es un director de cine, griego, que vuelve de Norteamérica a su tierra para presentar una cinta suya, aunque secretamente lo que viene es a buscar tres rollos de celuloide, no revelados, que se han perdido, de los pioneros del cine griego los hermanos Manakis y poder rescatar así esa primera mirada llena de inocencia, lo que significa también recuperar el pasado y la memoria.
Es igualmente un viaje, el del realizador que recorre Albania, Macedonia, Bucarest, Constanza, Belgrado y termina en Sarajevo, mientras va posando su mirada en la tragedia que viven los Balcanes en la actualidad, determinada por la guerra, la destrucción y la muerte; la constatación histórica de un pasado roto (estatua troceada de Lenin en la barcaza sobre el Danubio) o la casi desaparecida filmoteca de Sarajevo, con todo lo que significa de destrucción del pasado.
El film, que comienza con un prólogo de unas imágenes históricas del cine griego, posee un relato fílmico que es soporte para una reflexión moral sobre el destino de Europa, mientras se hace el trayecto sentimental del protagonista que termina en un amargo final.
Un buen guion de Tonino Guerra, dramático, distanciador, que mezcla la poesía y la belleza de sus paisajes (Theo Angelopoulos parece querer filmar el tiempo, recrearse en las imágenes, sin prisa, con algo más de 70 planos para casi tres horas de cine, para una anécdota que se podría contar en 90 minutos) con unos excelentes diálogos.
En el capítulo interpretativo destaca la labor de un agónico Harvey Keitel en un trabajo lejos de la forma de actuar del cine norteamericano, la excelente Maïa Morgenstern que interpreta varios papeles y la sobriedad de Erland Josephson que tuvo que sustituir a Gian María Volonté muerto en pleno rodaje de la película.
Consiguió la cinta el Premio especial del Jurado y el Fipresci en el Festival de Cannes. Premio Film Historia 1996 a la mejor película (Barcelona). Cóndor de plata al mejor film extranjero de los críticos argentinos. El Fipresci en los premios del cine europeo. Premio de la crítica francesa. Nastro d'argento al film y la direccion. Premio Sant Jordi, Turia, de los criticos turcos y el Mainichi a la mejor cinta extranjera.
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