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DIEZ AÑOS SIN LUIS GARCÍA BERLANGA 18 noviembre 2020.  En el centenario de su nacimiento, en 2021 se celebrará el ‘Año Berlanga’ promovido por la Academia de Cine.


                                     
 
   Este viernes se cumple una década de la muerte a los 89 años de Luis García Berlanga. El hilarante Berlanga de la División Azul, el profesional que se las tenía que ver con la censura, el realizador de éxito que rememoraba una y otra vez los avatares de rodajes de películas ya clásicas y el libertario que hablaba de la sociedad con sarcasmo y ternura. Berlanga, para siempre Berlanga, era “un galimatías contradictorio”, en palabras de su buen amigo Jess Franco, un tipo “inclasificable” que había dirigido títulos imprescindibles del cine español. El autor de El verdugo y Plácido, que se despidió de la gran pantalla en 1999 con París-Tombuctú, se declaraba “un ejemplar humano sin otro credo que la libertad personal”, como manifestó en sus peculiares memorias Bienvenido Mister Cagada, un recorrido “caótico” por su vida, cuyo título provenía del rodaje de la mítica ¡Bienvenido, Mister Marshall!, porque cada vez que acababa un plano exclamaba Berlanga: “¡Vaya cagada!”.

  Sin pelos en la lengua, Berlanga nació en Valencia en el 21, estudió en los jesuitas y en un internado de Suiza, entró en Filosofía y Letras y sin acabar la carrera se enroló en la División Azul para ganarse los favores de una chica de la que estaba enamorado. Contaba el director de Tamaño natural y de la inolvidable trilogía de La escopeta nacional que en los años de la guerra fue un muchacho “más o menos republicano, de tendencias anarquistas y amistades falangistas”, que se habría dejado matar antes de ser él quien matara.

  Tras su larga experiencia militar y sus muchos meses de mili, Berlanga empezó en el cine, donde sus escarceos con la censura fueron constantes. Le prohibieron una escena en que la Guardia Civil hería de un disparo a un fugitivo. El argumento que le dieron es que la Benemérita no fallaba nunca. Además de la censura oficial, estaba la de Francisco Franco, que se hacía proyectar en El Pardo todos sus filmes. También tuvo problemas con Los jueves, milagro, un guion en el que metieron mano unos coproductores italianos que eran del Opus Dei, contaba el maestro, que se pasó más de veintitantos años hablando y haciendo guiones con Rafael Azcona. “Creo que ha sido el tiempo más fructífero de mi cine. Rafael y yo tuvimos el mejor sistema de trabajo, o sea, ninguno”, relataba este veterano profesional a quien el rodaje de Plácido en Barcelona puso en contacto con un mundo que admiraba y tenía gran cariño, el de los cabarés cutres.
 
  Reconocido por la crítica y los premios, Berlanga confesó que su etapa más creativa y de mayor independencia mental fue con La escopeta nacional. “Siempre he intentado, vanamente, ser sincero, contar historias de nuestra tierra sin actitudes dogmáticas o docentes. Pero todo el mundo quiere que tomes partido, y eso para mí es renunciar a la libertad”, declaró este creador, que siempre persiguió que sus trabajos fueran “un trozo de vida y no una ficción. No me interesa la perfección técnica”, avisó el que se autodefinía como “el rey del balbuceo y la inconexión”.

  Considerado como uno de los mejores directores de actores, a Berlanga no le gustaban James Dean, Marlon Brando, Greta Garbo ni Kirk Douglas, “que hacen creer al público que son geniales cuando la mayoría de las veces son simplemente insoportables”. Él amaba a Amparo Soler Leal, Chus Lampreave, Pepe Isbert, López Vázquez o Manuel Alexandre, entre otros muchos nombres, a los que este contador de historias “cazurras” de gente corriente, debía “las mejores horas de mi carrera”

  Genio de nuestra cinematografía, Berlanga ha pasado a la historia por haber hecho un retrato de la sociedad española de su tiempo, por dejar un testimonio que iba más allá de la historia política y social. Es la obra ‘berlanguiana’, un término que aparece en los diccionarios para referirse al particular universo de este cineasta que todos los días, en las noticias, veía el embrión de una película.

  Su filmografía está repleta de títulos inolvidables e imprescindibles en la historia del cine patrio. En 1951 rodó Esa pareja feliz, su primer largometraje, en colaboración con Juan Antonio Bardem, y con ¡Bienvenido, Mister Marshall! definió su cine –la sátira, la farsa, el humor negro y una visión crítica y esperpéntica de la realidad sociocultural y política española–. En la década de los sesenta realizó algunas de sus obras más importantes, como Plácido y El verdugo, comedia negra que obtuvo gran repercusión internacional. Posteriormente firmó Tamaño natural, La escopeta nacional y La vaquilla, entre otros.

  En 1986 fue reconocido con el Premio Príncipe de Asturias de las Artes y en 1993 se llevó el Goya al Mejor Director por la premonitoria cinta Todos a la cárcel. “No he vuelto a ver ninguna película mía después de terminarla”, declaraba. Eso sí, tuvo que volver a ver por primera vez en su vida ¡Bienvenido, Mister Marshall! con motivo de su 50 aniversario. En relación a este filme, aseguró que no estaba entre sus favoritos, “aunque tampoco tengo jerarquizadas mis películas”.

  ¡Bienvenido Mister Marshall!, uno de los largometrajes más memorables del cine español, fue concebido para lucimiento de Lolita Sevilla, pero la tripleta de guionistas formada por Berlanga, Bardem y Mihura hicieron estragos. De una comedia amable fue pasando a una comedia ácida, y al final se convirtió en una granada de mano. A punto estuvo de ganar el Festival de Cannes, pero la escena final lo echó todo al traste. El actor norteamericano Edward G. Robinson, que formaba parte del jurado del certamen francés, aguantó con estoicismo la crítica que la película hacía contra de su país, pero la escena final –una banderita norteamericana navegando por aguas fecales– colmó su paciencia. Él impidió que el galardón viajase España.

  Cuando la entrañable ¡Bienvenido, Mister Marshall! celebró su medio siglo de existencia, regresó a la gran pantalla en versión íntegra y arropada por el corto protagonizado por Luisa Martín, El sueño de la maestra. Y es que, aunque dijo adiós al celuloide con París-Tombuctú, el veterano cineasta valenciano volvió a mirar por la cámara para rodar El sueño…, un plano secuencia de diez minutos en el que cuenta el sueño que tenía preparado para Elvira Quintillá hace cincuenta años, y que no pudo filmar a causa de la censura.

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