JUDY BECKER nacida en Nueva York, comenzó su carrera cinematográfica en la fértil comunidad del cine independiente de su ciudad.
Profundizando en su interés de toda la vida en el arte y el diseño, comenzó en la industria como ayudante de producción y fue ascendiendo poco a poco, aprendiendo con la práctica. Como cinéfila, se precia de elegir sus proyectos cuidadosamente y ha trabajado con algunos de los directores más aclamados de la actualidad.
The Brutalist es la primera colaboración de Becker con Brady Corbet, un director al que admira desde hace años. Fue realmente un proyecto soñado para ella, con todas las oportunidades de diseño que ofrecía y el peso clave de la narrativa. Becker ha colaborado en múltiples ocasiones con David O. Russell (La gran estafa americana, por la que obtuvo sendas nominaciones al Oscar® y los BAFTA; The Fighter; El lado bueno de las cosas; Joy; y Ámsterdam), Todd Haynes (Carol, por la que recibió una nominación a los BAFTA, y I’m Not There), Jonathan Dayton y Valerie Faris (Ruby Sparks y La batalla de los sexos) y Ryan Murphy (Feud: Bette and Joan, que le valió una nominación al Emmy; American Crime Story: El asesinato de Gianni Versace; Pose; Ratched; y Los chicos de la banda).
Entre otras colaboraciones destacadas encontramos a Ang Lee (Brokeback Mountain); Lynne Ramsay (Tenemos que hablar de Kevin) y Steve McQueen (Shame). También se encargó del diseño del piloto de la serie de Lena Dunham Girls, por la que ganó un Premio del Sindicato de Directores de Fotografía.
Becker vive en Washington Heights, Manhattan, con su marido, el montador Michael Taylor, y su novio felino, Spooky. Se ha pasado casi todos los veranos de su vida en Cabo Cod, Massachusetts, y no duda en señalar los cines de Provincetown más orientados a la industria independiente como una de las claves de su cultura cinematográfica.
«Siempre quise ser artista o fotógrafa. De niña, siempre me divertía al aire libre haciendo fotos y nunca me aburría ni me importaba que me mandaran a mi habitación mientras pudiera dibujar. Fantaseaba imaginando montones de cosas y dibujaba páginas y páginas de interiores inventados, colecciones de objetos y armarios llenos de ropa. Si hubiera sabido lo que era un diseñador de producción, hubiera querido serlo, pero ese descubrimiento tardó en llegar».
«En el instituto, me volqué más en la música y acabé estudiándola en la Universidad de Columbia. Los 80 fueron una gran época para no ser una estudiante muy diligente en Nueva York; los cines de repertorio no habían desaparecido y había salas independientes por todas partes. Cuatro años de estudiar música y entrenar el oído mataron cualquier atisbo de satisfacción musical, pero ya era una cinéfila consumada para entonces y, después de la universidad, comencé a trabajar en películas como ayudante de producción».
«Fui forjando mi camino profesional en ascenso como ayudante de producción del departamento de arte y de atrezo, la mejor formación que nadie puede recibir, y eso, combinado con mi amor por el arte, la fotografía y el diseño fueron todos los estudios que necesité para convertirme en diseñadora de producción»