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CRITICA
Por: JOSÉ MONTESINOS
Antiguamente cuando llegaban las calores del verano las salas de exhibición no estrenaban los títulos más comerciales como hacen de unos años a esta parte sino que se dedicaban a reponer las películas que mejor habían ido en la temporada pasada y en otras anteriores.
Este verano se ha producido ya la reposición de 'La historia interminable' (1984), en breve lo hará 'El cartero (y Pablo Neruda)' y ahora nos llega esta cinta rodada en 2002 por el conocido director italiano Tinto Brass que ha basado toda su obra en el cine erótico.
Narra como una adinerada mujer, esposa de un productor de cine, se siente más que atraída por un oficial nazi con el que comenzará a mantener una tumultuosa relación.
Poco a poco esta mujer irá cayendo en las garras de este oficial mujeriego, bebedor y jugador, que va de mujer en mujer.
Como telón de fondo, la Italia fascista de 1945 cuando la resistencia se haya acorralando al ejército alemán.
No vamos a descubrir a estas alturas lo que es esta película en realidad ni lo que ha sido a lo largo de toda su filmografía el director.
Cualquier excusa es válida en el film para el desenfreno, el llevar al límite las situaciones con tal de mostrar el lado más erótico de los personajes, porque todo lo demás en el film es una cáscara, lo único que le importa al director son las múltiples secuencias eróticas que jalonan un film que poco interés tiene.
La historia está confeccionada exclusivamente para dar pie a las diferentes secuencias eróticas, careciendo del más mínimo interés, aburriendo al respetable con una trama que no lleva a ningún sitio y la cual bien podría haber sido aligerada.
El espectador que entre a ver este largometraje no puede llamarse a engaño pues si conoce a su director sabe a la perfección lo que se va a encontrar. En esto la película no engaña a nadie. Unas breves líneas argumentales que desarrollen toda la cascada de desnudos y demás que posee un film que no es ni la sombra de otros trabajos anteriores del director y donde se nota su decadencia.
Anna Galiena soporta todo el peso de la cinta, seguida por un reparto de caras poco o nada conocidas por estos lares y los cuales son manejados por un director que sabe en todo momento lo que quiere, sacando su lado más erótico a través de la multitud de secuencias al uso que se dan el la cinta.
A las imágenes acompaña la música del reputado Ennio Morricone que para la ocasión tampoco es que haya estado excesivamente lucido.
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