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CRITICA
Por: PACO CASADO
En los últimos tiempos el problema del sexo cada vez tiene más presencia en los argumentos que se tratan en las pantallas del cine y se hace con mayor libertad, eso no quiere decir que para ello haya que caer en la pornografía o en situaciones sexuales morbosas.
A veces un cambio de sexo es algo más traumático que una larga enfermedad y en ello se encuentra la protagonista de esta película, Lola, un chico de 18 años, llamado Lionel, que hace dos fue expulsado de su hogar paterno por Philip, un padre inflexible, cuando le presenta la situación que éste le depara al vestirse con ropa femenina porque se siente como una mujer.
Ambos se han convertido en dos extraños y Lola se marcha a vivir a un hogar de acogida con Samir, su único amigo, en el que encuentra alguna ayuda y se tiñe el pelo de rosa.
Lionel, ahora se llama Lola, como le puso Catherine, su madre, que acaba de morir y quiere asistir a su entierro, pero su padre se lo impide y en represalia le rompe la luna del escaparate de su negocio.
Ella piensa que mientras vivía su madre todo era posible, pero en el fondo está contenta de su muerte por no tener que aguantar más al tirano de su padre.
Está a punto de cambiar de sexo en cinco semanas, pero no tiene los 5000 euros que necesita para ello.
Lola roba la urna con las cenizas de su madre y el padre la persigue.
La mayor parte del resto de este drama sobre la transexualidad, en defensa de la tolerancia y la libertad, es la relación que se establece entre Lola y su padre en esa especie de road movie cuando lo acompaña a la costa belga donde tiene una casa heredada de la abuela para echar al mar las cenizas de su madre según lo expresó como su última voluntad.
Toca un tema difícil, el del cambio de sexo, pero sobre todo el que padre e hija lleguen a entenderse, dejando atrás rencores y odios del pasado.
Por una parte está que el padre no acepta la postura de su hija y por otro lado que ella no entienda la actitud de su padre, una persona de otra generación que no admite determinados comportamientos, que no caben en su forma de entender y comportarse en la vida.
Cada uno tiene un punto de vista totalmente diferente del otro y sobre todo el padre que no quiere dar su brazo a torcer y admitir el comportamiento de su hija, pero durante el viaje se irán conociendo y comprendiendo mutuamente de forma más íntima.
El film da un hálito de esperanza para el colectivo transexual.
La recién llegada Mya Bollaers le da buena respuesta con su rebelde personaje al veterano Benoit Magimel en el papel del intolerante padre que no acaba de conocer a su hija y comprenderla en su problema de la transexualidad al tiempo que busca tolerancia para ella y libertad para hacer lo que quiera con su cuerpo con el que se sienta plenamente satisfecha.
Laurent Micheli hace con éste su segundo largometraje como director y lo saca adelante de forma sencilla, con cierta discreción.
Premio Magritte a Mya Bollaers como actriz promesa y diseño de producción. Nominado al César como mejor cinta extranjera.
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