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CRITICA
Por: PACO CASADO
No nos llegan muchas películas canadienses cada año, pero si hay que hacer notar que lo poco que nos llega suele tener bastante calidad, lo cual nos despierta cada vez más el interés por conocer esta cinematografía que va in crescendo.
A pesar de que su director resulte desconocido para nosotros, esta simple tarjeta de presentación nos valdría para conocer que sabe lo que se trae entre manos.
Nos ofrece un western desmitificador, sobrío y sincero, sin concesiones a la galería, reflexivo e inteligente, en el que se nos narra la historia de un viejo asaltante de diligencias que, tras llevarse varios años en la cárcel, cuando sale de ella, ya maduro, descubre que el mundo ha cambiado, que las cosas no son lo que eran y que en lugar de diligencias, existen trenes a los que es mucho más dificil asaltar, máxime si tienen una estricta y rigurosa vigilancia.
Tras intentar llevar una vida honrada no le queda otro camino que volver a su viejo oficio.
Se nos presenta así un western nostálgico, como la propia leyenda de Bill Miner que se nos narra, optando el realizador por dar al film en su puesta en escena un lirismo suave y amable, sin enfatismo cargado de sencillez, con bellos paisajes, cielos plomizos o cargados de lluvia que dan más dramatismo a la acción, como si de traducir en imágenes esas baladas que poblaron el Oeste.
A ello contribuye la sobriedad que el actor Richard Farnsworth pone en su propio personaje, Bill Miner, hombre cargado por los años que parece marcar el propio ritmo del largometraje, que posee una buena banda sonora y gran interpretación.
La película recibió los Premios de la Academia canadiense al mejor film, dirección, guion, música, actor y actriz secundaria así como a la dirección artística.
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