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CRITICA
Por: PACO CASADO
Las biografías en el cine no son siempre fáciles de sacar adelante, pero a veces se logra un producto al menos aceptable.
Ésta cuenta la historia del payaso Rafael Padilla, un ex esclavo que había nacido en Cuba, se cree que en 1865 pero no hay certeza, que de joven vivió en Bilbao haciendo todo tipo de trabajos, que inesperadamente se convirtió en un payaso y acróbata inglés que formó un dúo de éxito con George Tudor Hall, cuyo nombre artístico en el mundo del circo era el de Footit, que fue más conocido como Chocolat, que fue el primer artista negro que se subió a un escenario en Francia y que gozó de un gran éxito a finales del siglo XIX.
Durante veinte años y a pesar de las diferencias que se produjeron a lo largo del tiempo en sus relaciones, el británico Footit como el payaso autoritario y Chocolat como el tonto formaron una extraordinaria pareja artística.
Es la historia de la gran amistad entre estos dos hombres, entre los que existía un gran contraste, mientras que Chocolat pasa de ser esclavo a convertirse en un sibarita derrochador, Footit, que fue quien lo descubrió, permaneció humildemente en un segundo plano de cara al gran público, comido por la fama de su atrevido compañero.
Al mismo tiempo nos va presentando al París de la época en la que se desarrolla esta historia, con su elitismo, sus ganas de diversión, su modernidad, sus prejuicios, sus problemas raciales, políticos o sociales sin que apenas los percibamos.
Pero como nada dura para siempre ambos rompieron cuando Chocolat se creyó capaz de actuar como actor en un escenario interpretando nada menos que Otelo, de William Shakespeare, y fracasó, declinando su carrera debido a su afición al juego que le hizo perder mucho dinero y a sus vicios, alcohol, drogas, etc. hasta su muerte en 1917, tras la cual fue tristemente olvidado.
Fue también el primer artista de color en hacer publicidad e inspiró a otros contemporáneos de la Belle Époque como Toulouse Lautrec o los hermanos Lumière participando en varias de sus películas.
Tiene una producción muy cuidada, más meritoria además cuando fue rodada en tan solo doce días, realzada por una buena fotografía e inspirada música de Gabriel Yared.
Está bien pero le falta estudiar algo más a los personajes, ya que Chocolat hay un momento en el que tiene mucho dinero y no se sabe de donde lo saca, de repente lo tiene todo y no sabe cómo administrarlo.
No explica bien la vida de estos dos personajes fuera de la pista, limitándose fundamentalmente en este sentido únicamente a Chocolat, que era adicto al juego, al alcohol y algunas drogas que finalmente acabaron con su existencia.
Es la vida de dos hombres que no se comprende el uno sin el otro y cuando intenta uno de ellos trabajar en solitario haciendo Otelo en teatro fracasa.
Un film rodado de forma clásica, a la antigua usanza, en donde interesa más el blanco que el negro, pero finalmente el guion termina decidiéndose por este último.
La cinta nos manda un mensaje de igualdad y fraternidad entre personas de distinta raza y nacionalidad.
En el capítulo interpretativo hay un trabajo estupendo de casi todos los actores, con un James Thierrée que podría hacer perfectamente de Charles Chaplin dado su gran parecido físico, un actor que se fabricó sus propias coreografías en los números como payaso y sorprende la capacidad cambiante de Omar Sy que ha ido mejorando mucho desde su gran éxito en 'Intocable' (2011), aunque anteriormente había hecho más de una docena de películas pero había pasado desapercibido.
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