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CRITICA
Por: PACO CASADO
Basada en hechos reales, esta es la historia que puso en duda la pena de muerte y cambió el curso de la historia.
En el año 1987, 164 personas fueron ejecutadas en el corredor de la muerte de Pretoria, Sudáfrica.
Johan Webber es el abogado encargado de defender ante un juez a Leon Albert Labuschagne, un joven blanco de 17 años, guardia de la prisión de máxima seguridad de Pretoria, que traumatizado por todas las ejecuciones que había presenciado, asesinó a sangre fría a un grupo de siete chicos negros, integrantes de un equipo de fútbol que viajaban en un microbús, tras un incidente de tráfico y un traumático día de trabajo. Después de ser detenido fue incapaz de explicar por qué cometió el crimen.
No existía duda de que el suceso habían sido así y ningún abogado quería defenderlo. Este chico estaba trabajando durante una temporada en el corredor de la muerte con lo que estaba acostumbrado a que la muerte fuera algo natural para él.
Hay que tener en cuenta que por las manos del chaval habían pasado más de cien personas ejecutadas.
Su abogado, defensor de los derechos humanos, decide defender al chico a pesar de que el caso estaba muy claro para perderlo, pero habla de cómo la violencia influye en la actitud de este joven de pocos años que comenzó a trabajar en el corredor de la muerte de Pretoria en 1986 donde había asistido a las ejecuciones de 164 condenados a muerte, casi siempre de raza negra.
Utiliza para ello el hecho de que antes de su ejecución, durante el día les acompañaba, les llevaba la comida, hablaba con ellos, con sus familias, para después ejercer como verdugo apretando la palanca con la que morían ahorcados por lo que decía había quedado traumatizado con tanta violencia y cómo ésta se apodera de la persona y le condiciona la vida y así un muchacho inocente se encuentra con que le influye en el comportamiento que tuvo. Es peor matar a un conocido que a un extraño, ya que tenía relación con los presos. Es distinto en la guerra ya que se dispara a un uniforme no a alguien que se conoce.
El guion está basado en la extensa novela de 400 páginas 'Pastores y carniceros', del escritor sudafricano Chris Marnewick, que trabajó como juez en la Corte Suprema, que se basó en hechos reales para construir la trama fictica con la que se logra una película de juicios, con un magistrado que presidía el tribunal que se oponía a la pena de muerte, que hace una reflexión sobre la destrucción de la personalidad.
El director africano Oliver Schmitz, curtido en un buen número de tv movies, hace su quinto largometraje para el cine en el que sigue el proceso y recrea en varios angustiosos flash backs con excesivo realismo las ejecuciones mientras se van planteando las dudas sobre la aplicación de la pena de muerte y el cruel funcionamiento del apartheid.
Steve Coogan, habitual en papeles de comedia, hace un serio trabajo en la persona del abogado defensor.
Una cinta honesta, muy correcta, televisiva por momentos, llena de buenas intenciones, con una realización que pone de los nervios por la tensión que produce, que remarca demasiado situaciones que son obvias y con el estereotipo de algunos de sus personajes.
Propone una intensa batalla judicial sobre el espinoso tema de la pena de muerte con la vida en juego de un joven reo, con demasiados dilemas morales, por ejemplo si el chico merece un castigo, cómo de duro debería ser y si el abogado está haciendo lo correcto al defender a un asesino confeso.
Un intenso drama judicial y un alegato contra la pena de muerte.
Premio a la mejor fotografía y narrativa en el Festival de Woodstock.
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