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CRITICA
Por: PACO CASADO
La inquietud por retratar a la nueva generación de jóvenes chilenos y el tema de las adopciones fallidas están en el origen de esta producción, la nueva propuesta de Pablo Larraín, con un ritmo no habitual en este director y una narrativa fragmentada y más bien caótica.
La acción se desarrolla en Valparaíso y cuenta la odisea de liberación de Ema, una mujer impredecible, que parece no tener sitio en este mundo, traumatizada por la adopción frustrada de Polo, un niño colombiano de seis años, al que termina abandonando tras un tiempo y devolviéndolo a los servicios sociales, para que sea adoptado por otra familia, pero que al mismo tiempo se siente culpable, lo añora por no tenerlo, mientras que su hogar se desmorona y está en trámite de divorcio de Gastón, su marido, ya que sus relaciones son una brutal y constante discusión, en la que ambos se sienten culpables, tienen remordimientos, al tiempo que su entorno social se lo recrimina.
Ella es la primera figura de una compañía de danza contemporánea y su marido el coreógrafo del numeroso grupo que forma la compañía.
Ema da clases también en un colegio de expresión corporal a los alumnos.
Tiene dos hermanas y a una de ellas, su hijo, un día jugando le quema parte de la cara y el pelo, no obstante no es ese el motivo por el lo haya devuelto.
Por otra parte Ema conoce a un bombero del que se enamora y a una mujer a la que no puede pagarle su consulta pero tiene tratos sexuales con ella.
Entre tanto se relaciona sexualmente con el marido, el bombero y un grupo de lesbianas.
Un día ella y el marido secuestran del nuevo colegio donde Ema ha entrado a trabajar, tras ser despedida del otro, a Polo su hijo y éste los lleva a conocer a sus nuevos padres.
Como se puede ver por todas estas acciones descritas, que son expuestas sin orden ni concierto, nos da la impresión de que no existe guion y si lo hay está tan roto como las relaciones de la pareja protagonista, ya que la historia se hace caótica a la vez que plantea reflexiones sobre el arte, el deseo sexual, las nuevas familias modernas y la manera anárquica de ver la vida de una nueva generación de jóvenes, a ritmo de reguetón, algo que el marido de Ema le echa en cara que pueda bailar esa basura de música.
Durante bastantes minutos al comienzo, todo se reduce a ensayos y diálogos de la pareja, después ya se entra en materia, pero el que no entra es el espectador que tiene que recomponer mentalmente este puzzle sin una imagen previa para hacerlo.
Hay una gran presencia del fuego sin que sepamos qué significa, en acciones que no tienen mucho sentido a no ser cómo Ema quema su propia vida, que es libre de hacer con ella lo que quiera.
La propia protagonista Mariana di Girolamo parece poner una cara tan neutra como de no saber qué es lo que está ocurriendo en esta arriesgada apuesta que hace esta vez el reputado realizador.
U n drama sobre el que no nos tiene acostumbrado Pablo Larraín, uno de los directores más reconocidos internacionalmente de su país, Chile, que nos ha dado últimamente productos más que aceptables como No (2012), El club (2015), Neruda (2016) o Jackie (2016), por lo que nos sorprende negativamente que nos encontremos con una película como ésta carente de ritmo y de otras muchas cosas como una descripción clara de los personajes.
Premio UNIMED en la Mostra de cine de Venecia. Premio Art Cinema Network de Slovenia en el Festival de Ljubljana a Pablo Larraín.
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