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CRITICA
Por: PACO CASADO
Hay muchas maneras de hacer una película y una de ellas es concentrar a un grupo de personas en un determinado lugar con una excusa y que comiencen a pasar cosas y se produzcan situaciones entre ellas, aun a costa de que pueda terminar pareciéndose a una obra de teatro.
En esta ocasión la excusa es un shiva o reunión de la comunidad judía, que tiene lugar en casa del difunto tras el funeral del servicio religioso, y el entierro, al que asiste Danielle, una joven judía, estudiante universitaria de Nueva York, que está a punto de graduarse, en compañía de sus padres, Debbie y Joel, y donde se encuentra con Max, su amante, mayor que ella, al que ha dejado un tiempo antes con la excusa de que tenía cosas que hacer, no sin antes pedirle que le pague por la sesión de sexo que acaban de tener, con lo que se paga sus caprichosos ya que sus padres se encargan de abonar la factura de sus estudios, que no conocen esta clase de actividades de su hija ya que está emancipada de ellos y vive sola.
Allí se encontrará también Danielle con Maya, su amiga desde la infancia con la que en su momento también tuvieron algunos intercambios sexual, que está muy enfadada porque hace tiempo que no la llama.
En el encuentro de Danielle con su amante tendrá ocasión de saber que Max en un hombre casado con Kim y que hace dieciocho meses tuvieron una preciosa niña con la que ella asiste al funeral siendo la admiración de todas las presentes.
Esto no son más que algunas cosas de las que en principio ocurren en esta funeraria reunión que, unidas al resto de las demás, que no mencionamos, constituyen el argumento de esta breve historia de situación.
Tanto el argumento como el guion están creados por Emma Seligman, que a su vez es la cineasta que se ha encargado de establecer los movimientos de una cámara ágil a través de esta reunión que casi podríamos decir familiar, por la relación que existe entre varios de los personajes que intervienen en ella, a la que le saca algunos momentos de suspense con la pérdida de un móvil, dos caras pulseras iguales, que aumentan la tensión.
Otra cosa es que los diálogos entre los asistentes interesan poco al espectador.
La película comienza directamente con la escena de sexo muy funcional entre Danielle y Max, muy discretamente filmada desde lejos y con un sofá por medio, tras la cual pasamos directamente a Danielle encontrándose con sus padres y la asistencia a esa reunión donde se sirven comidas tras haber asistido al acto religioso en la sinagoga, donde dicen que en otro momento se conocieron Max y Danielle, en una mentira tras otra para disimular la relación sexual que existe entre ambos.
Emma Seligman ha extraído esta historia del segundo documental que había hecho dos años antes con el mismo título que ha contado desde un punto de vista judío, alargando la historia hasta conseguir la duración, más o menos, estándar de un largometraje, porque a decir verdad apenas si pasa de la hora y cuarto, lo que es más propio de una tv movie para la pequeña pantalla.
Premio del público en el Festival de Adelaida. Mejor narrativa en el Festival Indie Memphis. Gran premio del jurado en el L.A. Outfest..
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