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CRITICA
Por: PACO CASADO
A lo largo de la historia hay bastantes películas que se han ocupado de ofrecernos el cine por dentro, los rodajes, los problemas de la producción para sacar adelante un proyecto, las relaciones de los artistas o las dificultades de los directores y guionistas para llevar a cabo sus historias.
Pero en esta ocasión se trata de una faceta que no ha sido muy tocada, como es el tema de la exhibición.
La acción transcurre en una ciudad costera británica del condado de Kent a principios de la década de 1980, durante el gobierno de Margaret Thatcher, donde sucede una historia poderosa y conmovedora sobre lo que supone la conexión entre las personas.
El tema se desarrolla en el Cine Empire y sus empleados.
El Sr. Ellis es el gerente del local.
Hilary es la encargada del personal y de ajustar las cuentas de la que se aprovecha sexualmente el gerente.
Stephen es el último empleado que ha llegado a la plantilla, es un chico de color, un joven de 20 años, venido de Trinidad con su madre, que es bien acogido por los compañeros, pero que tiene dificultades en la calle por problemas racistas, en el que se fija sexualmente Hilary.
Norman es un veterano operador que tiene la cabina de proyección como su reino al que no le gusta que nadie entre a fisgonear.
Entre estos personajes se desarrolla esta historia, especialmente la de Hilary en sus relaciones con Ellis y con Stephen, que lucha con su salud mental, mientras que por otro lado está la problemática racial de este último en la Inglaterra de la llamada Dama de hierro.
No obstante todos juntos con un sentido de comunidad y apoyándose unos a otros, podrán salir adelante con el poder curativo de la música y del cine.
La historia se inspira en el cine Dreamland situado en Margate que se inauguró en 1923 y se cerró en 2007, pero no puede ser demolido sin permiso parlamentario.
Es un relato muy emotivo que nos enseña algunas cuestiones del cine de hace muchos años, más de medio siglo, cómo eran las cabinas, las latas donde se transportaba el celuloide, cómo se hacían los cambios de rollos durante la proyección, todo muy distinto a como es hoy día y en este sentido resulta algo didáctico para aquellos espectadores actuales que quieran conocer estas cosas del pasado, en esta especie de carta de amor al cine.
Al mismo tiempo está el tema de las relaciones humanas entre estos personajes tan distintos, ella una mujer solitaria con sus males psiquiátricos, él de color con los problemas de la raza negra sobre la que se ejerce la violencia, que también tienen su interés, en donde dos mundos diferentes se pueden comprender y ayudar mutuamente, en esta historia también de denuncia social.
El título de este film nos puede llevar a engaño pensando que se trata de un problema de corte industrial que no fílmico y humano.
Es un homenaje a una forma de ver el cine que se está perdiendo y a esas personas que a veces ni conocemos que hacen posible el milagro de la proyección y funcionamiento del local.
Tal vez entre ellos hay oportunidades perdidas ilusiones enterradas o castillos de arena que algún día se derrumbaron.
Está escrita y realizada con la sensibilidad de un guionista y director como Sam Mendes, que no se prodiga mucho, pero que tiene una lista títulos tan interesantes como American Beauty (1999) o Camino a la perdición (2002), entre otros que están entre lo mejor y más notables de los suyos, en este caso llevada con un ritmo algo irregular.
Entre los intérpretes hay un gran trabajo de Olivia Colman, posiblemente de lo mejor de su carrera, bien apoyada por Micheal Ward y las breves intervenciones de veteranos como Colin Firth y Toby Jones.
Premio de los diseñadores del cine inglés. Nominada al Oscar la fotografía y a tres Bafta: film, fotografía y actor (Micheal Ward).
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