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CRITICA
Por: PACO CASADO
Mientras su mujer Tomiko se va de viaje con unas amigas para pasar unas breves vacaciones en Noruega y ver la aurora boreal, Shuzo Hirata, su marido, aprovecha para retomar antiguas amistades y recordar viejos tiempos.
Después de un pequeño accidente de circulación sin importancia su hijo mayor Konosuke y su esposa Fumie, empiezan a preocuparse y se desatará un conflicto en la familia Hirata.
Por ello los hijos se reunirán para intentar que deje el carnet de conducir, pero ninguno quiere asumir el encargo de comunicárselo y por su parte el gruñón abuelo tampoco se lo pondrá fácil y seguirá con sus aventuras y abollando el coche.
Es la entretenida tercera entrega de una serie que, como la anterior, retoma un tono de comedia, aunque ya nada tiene que ver con lo que fue el origen de la misma.
La primera se llamaba 'Una familia de Tokio' (2013) y era un remake actualizado de 'Cuentos de Tokio' (1953), un clásico de Yasujiro Ozu, que ganó la Espiga de oro en Valladolid.
La historia contaba la de un matrimonio de unos 60 años que viaja a ver a sus tres hijos que hacía tiempo que no visitaban y no saben qué es de sus vidas.
La segunda era 'Maravillosa familia de Tokio' (2016) que dejaba atrás el tono dramático de la anterior y se sumergía en un ambiente de comedia y hablaba de que la esposa, a su edad, quería divorciarse del marido, con la consiguiente sorpresa por parte de sus hijos tras tantos años juntos.
Superada aquella crisis matrimonial este mismo ambiente lúdico continua en esta tercera historia 'Verano de una familia de Tokio' (2017) en la que los tres hermanos y sus respectivas parejas se reúnen para convencer al padre de que deje de conducir ya que está perdiendo los reflejos que tenía antes y ha tenido varios roces en los que ha dañado el coche.
Paralelamente el anciano Shuzo Hirata se encuentra con un antiguo compañero del instituto, Ginnpei Maruta, con el que había perdido el contacto desde hacía bastante tiempo, que era el portero del equipo de fútbol, y junto con otro amigo terminan cogiendo una buena borrachera.
No es una película de grandes carcajadas, ya que el humor oriental es muy distinto al nuestro, pero sí que provoca más de una sonrisa a base de las clásicas caídas, golpes, humor fácil, mohines, gesticulaciones o las salidas de tono del abuelo que se muestra encerrado en sus trece.
El film refleja cómo se puede obtener comicidad a partir de una muerte e incluso ironiza sobre el machismo, mostrado por Konosuke, el hijo mayor, que contrasta con la actitud más humana y comprensiva de Shoto, el hijo más joven.
El reencuentro con Maruta, el amigo al que no veía hacía años, da lugar a hacer una ligera crítica social sobre su situación personal, tras divorciarse de su guapa esposa y arruinarse con su negocio.
El guion, que no inventa nada nuevo, estira demasiado los roces cotidianos, los conflictos familiares así como los mensajes y valores tradicionales, lo que le hace que pierda el ritmo en ocasiones y que sea previsible la corta anécdota que cuenta.
Los actores secundarios a veces exageran los gestos en situaciones extremas de manera disparatada sobre todo en el último tercio.
En los metros finales se abandona el humor y se llena de nostalgia y añoranza por la pérdida de un amigo.
Esta familia empieza a ser ya habitual en las carteleras.
El octogenario multipremiado director japonés Yôji Yamada, que se maneja mejor en el drama que en la comedia, vuelve a reunir a los componentes de la modélica familia Hirata en esta nueva comedia.
Una historia con un planteamiento sencillo, con una resolución final dramática, que está bien planificada, con diálogos divertidos del abuelo, pero no logra el nivel de las anteriores.
No tiene la misma empatía aunque sean los mismos personajes pero resulta correcta aunque ha perdido la originalidad de la primera, pero está bien resuelta.
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