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CRITICA
Por: PACO CASADO
Las producciones de ciencia ficción, sobre todo las que se desarrollan en el espacio, cada vez lo tienen más complicado para situar la acción de las mismas en un tiempo determinado.
Recuérdese dónde queda ya, por ejemplo 2001: Una odisea del espacio (1968), de Stanley Kubrick, cuya fecha hemos sobrepasado con creces y lo que nos parecía muy avanzado en el momento de su exhibición, posiblemente haya sido ya superado ampliamente.
Así que en esta ocasión al comienzo un titular sitúa los hechos en "un tiempo cercano".
Es la historia de Roy McBride, un militar, astronauta, solitario y absorbido por el cumplimiento de su deber, el típico héroe abandonado por su esposa, sin descendencia, inmerso en sus propias cavilaciones, un hombre atormentado, que trata de recuperarse de la misteriosa pérdida de su padre, H. Clifford McBride, desaparecido durante el Proyecto espacial Lima hace 20 años, del que al parecer hay nuevos indicios de que está vivo en Neptuno.
Tras sufrir al principio un accidente durante la instalación de una antena gigante en el espacio, Roy aceptará una peligrosa misión que lo lanzará de nuevo al mundo exterior, donde quizás pueda aclarar algunos puntos acerca de la desaparición de su padre, que los abandonó, a él y a su madre, para tratar de descubrir si realmente hay vida más allá de la Tierra.
En este caso el guion de Ethan Gross, escrito en colaboración con el minucioso director James Gray, se centra más en el drama del protagonista que en la propia acción que lleva a cabo para el rescate paterno mientras se enfrenta a sus propios fantasmas adentrándose en el corazón de las tinieblas espaciales.
En este sentido cada vez se hace más filosófico este género, con meditaciones del protagonista de voz en off acerca de su trauma familiar y las relaciones paterno-filiales, durante ese largo viaje que le lleva primero a la Luna, después a Marte y posteriormente a Neptuno, con pocas incidencias a lo largo del camino, lo que hace que el ritmo sea premioso y hasta puede que llegue a pesar un poco en el ánimo del espectador durante el transcurrir del extenso metraje.
Por cada lugar que pasa y en todo instante se le hacen evaluaciones de su estado físico, emocional y de ánimo para asegurar el éxito de la misión.
La historia nos lleva a pensar de alguna manera en la novela El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad en la aceptación del padre ausente en soledad.
En cuanto a Brad Pitt, cada vez más maduro, carga con el mayor peso del protagonismo de este film, compartido con dos veteranos, brevemente con Donald Sutherland, y en los metros finales con un avejentado Tommy Lee Jones en gran actor como lo ha sido siempre.
El neoyorquino James Gray comenzó dirigiendo varias películas policíacas como La otra cara del crimen (2000), después se pasó al drama con Two lovers (2008) y El sueño de Ellis (2013), para recalar a continuación en la aventura de Z La ciudad perdida (2016) y ahora en su constante caminar cambiando de género, en su séptimo largometraje se adentra en la ciencia ficción con 'Ad Astra' (2019) en la que toca una vez más el tema de la soledad y uno recurrente en su filmografía como las relaciones paterno filiales, esta vez en el espacio, con secretos ocultos, momentos íntimos y reflexiones existenciales.
Con una puesta en escena elegante, con brillante fotografía, con una buena narrativa, con exceso de escenas introspectivas a las que se les imprime una cierta carga filosófica y una muy inspirada música compuesta por Max Richter.
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