|
CRITICA
Por: PACO CASADO
Tras estrenarse en el Festival de Toronto y haber sido seleccionada por el Festival de San Sebastián, nos llega con cierto retraso a nuestras salas 'Más allá de las palabras' (2017).
Michia es un joven y prestigioso abogado nacido en Polonia y con sede en la ciudad de Berlín, a donde emigró tras la muerte de su madre, que trabaja en casos de refugiados, pero nadie diría que es de ascendencia polaca ya que lleva mucho tiempo en Alemania, ha asumido sus costumbres y habla el idioma sin acento, está perfectamente integrado en la sociedad alemana y parece sentir vergüenza de sus orígenes polacos.
Su jefe y mejor amigo, Franz, le pide que se haga cargo del caso de un poeta inmigrante negro, pero él lo rechaza, a pesar de que le hace ver que tiene los mismos derechos que él, que también es inmigrante, denotando una cierta xenofobia hacia su cliente.
Un día, inesperadamente alguien llama a su puerta y se trata de Stanislaw, su padre, al que él creía muerto, que es el único vínculo que le queda con su tierra natal, le da cobijo en su casa y pasa con él un largo fin de semana, como dos perfectos desconocidos, sin que medie entre ellos el más mínimo atisvo de emoción por el reencuentro.
Se lo presenta a su jefe y los tres se van a comer, pero el padre sólo habla polaco, éste no lo entiende, y Michia traduce lo que quiere para que no le ofenda lo que realmente le está diciendo.
Cuando en otro momento le pregunta porqué no contactó antes con él la respuesta es que tenía un pacto con su madre.
El padre intentó ser profesor de música pero no lo logró, en cambio él se propuso ser abogado y está triunfando, de lo que se siente muy orgulloso de su hijo ya que ve en él que ambos son ambiciosos.
Nos da la impresión de que el guion tiene como base una anécdota demasiado corta como es ese reencuentro entre un padre y un hijo del que finalmente no se puede sacar ninguna consecuencia.
Por otra parte el carácter de estos personajes es tan distinto al nuestro que en ese encuentro ni siquiera hay un abrazo efusivo, un manifestar una alegría por el padre perdido o por el hijo encontrado después de tanto tiempo.
En este sentido no acabamos de conocer el problema social y emocional del protagonista.
Por otra parte esa misma frialdad sentimental se muestra en otras ocasiones y hay una reacción final de Michia que no nos acabamos de explicar.
La película plantea el dilema de saber si pertenecemos al país que nos vio nacer o al que figura en el pasaporte que nos ha acogido.
Se trata del cuarto largometraje de la guionista y directora Urzula Antoniak, de la que ya conocíamos su estupenda Nothing personal (2009) que fue la de su debut, y Code blue (2011) el segundo que hizo, en el que bajó de interés, que tuvimos ocasión de ver ambos en el Festival de cine europeo de Sevilla.
Aquí ha volcado en él parte de su experiencia personal, ya que ella como el protagonista, también es una inmigrante, en este caso en Holanda y aunque tiene pasaporte de esa nacionalidad le siguen considerando como polaca, cosa que no ocurre con el protagonista de su film.
Resulta curioso que siendo dirigida por una realizadora es una cinta de hombres, en la que la participación de la mujer es meramente circunstancial, tan sólo en la breve presencia de Alina, la camarera polaca con la que Michia parece tener algo más que amistad.
La película está rodada en una impecable y contrastada fotografía de Lenert Hillege, en blanco y negro, que contribuye a la estética de la misma.
Cuenta en su reparto con el joven Jakub Gierszal, ídolo de la juventud polaca, y el veterano Andrzrej Chyra, uno de los mejores actores del cine de ese país.
Mejor fotografía y sonido en el Festival de Holanda. Mejor actor, Jakub Gierszal, fotografía y sonido en el Festival de cine polaco.
MÁS INFORMACIÓN DE INTERÉS
BANDA SONORA
CLIPS
CÓMO SE HIZO
VIDEO ENTREVISTAS
AUDIOS
PREMIERE