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CRITICA
Por: PACO CASADO
No todos los días se ve en nuestras carteleras una película palestina o israelí, aunque en este caso sea en coproducción con tres países más, incluso uno de ellos tan distante como México.
Son cineastas jóvenes, con poca producción y generalmente con la ayuda de otros países, un cine de unas nacionalidades que desconocemos casi por completo pero en lo que llevamos del siglo XXI podíamos citar algunos títulos que nos llegaron: Intervención divina (2002), Zona libre (2005), Paradise now (2005), La banda nos visita (2007), Vals con Bashir (2008), Omar (2013) o El repostero de Berlín (2017).
Ante esta muestra de su producción hay que quitarse el sombrero.
Sarah, la dueña israelí del Café Luisa, está casada con David, un coronel de las fuerzas israelíes y tienen una niña pequeña, Flora.
Por su parte Saleem, es un palestino que trabaja como repartidor de una panadería por las mañanas, está casado con Bisan, que espera un hijo.
Sarah y Saleem, que viven en Jerusalén, mantienen algunas noches una relación adúltera, haciendo el amor en la furgoneta de reparto de éste, sin que les afecte el conflicto palestino, al margen de la moral, la política y las creencias de cada uno.
Por las noches Saleem trabaja haciendo otro tipo de entregas de dudosa legalidad y en una de esas noches, ella le acompaña a hacer ese cometido a Belén, donde Saleem tiene una pelea en un bar, siendo vistos en el lugar equivocado en el momento menos oportuno, lo que le vendrá a traer malas consecuencias, ya que pondrá en riesgo sus matrimonios.
Mientras tanto y hasta aquí, las respectivas parejas de ambos no están enteradas de esa relación clandestina hasta que la cuestión se pone en el punto de mira de las fuerzas armadas de seguridad israelíes que tiene conocimiento del citado suceso y piensan que Saleem trata de captar a esa mujer judía para la causa palestina, nada más lejos, pero difícil de probar, adquiriendo el tema una dimensión política peligrosa que en realidad no tiene.
Es entonces cuando tanto David como Bisan tendrán conocimiento de la historia de amor de Sarah y Saleem.
Se trata de una muy interesante producción palestina en coproducción con Alemania, Holanda y México con uno de los mejores guiones que hemos visto en mucho tiempo, de una gran precisión, que según figura al comienzo de los títulos de créditos está inspirado en hechos reales, escrito por el hermano del director, Rami Musa Alayan.
Lleva las acciones paralelas de una manera formidable, como un mecanismo de relojería que va descubriendo los acontecimientos quemando etapas de forma progresiva y conforme eso ocurre sorprende cada vez más al espectador que se ve inmerso en esta historia, que comienza como un romance amoroso y termina como un drama tremendo con malas consecuencias para las dos parejas.
El film se puede entender como una metáfora de la difícil relación entre palestinos y judíos condenados a entenderse pero en constante conflicto, en creciente tensión, sobre lo que el director no toma partido.
Llama la atención la notable realización del primerizo realizador palestino Muayad Alayan, un director que anteriormente tan sólo había filmado un par de cortos, un documental y su ópera prima en 2015, siendo éste el segundo largo que dirige con bastante acierto en el que el protagonismo recae especialmente en Silvane Kretchner y Adeeb Safadi como la pareja adúltera con el apoyo secundario de Ishai Golan y Maisa Abd Elhadi como los cónyuges respectivos, que tienen todos una interpretación bastante ajustadas a los personajes que le han caído en suerte.
Mejor cinta y mejor actriz Maisa Abd Elhadi en el Festival de Durban. Premio del público y mención para Rami Musa Alayan en el Festival de Rotterdam. Gran premio del jurado a la mejor película en el Festival de Seattle. Premio del certamen y mención especial del jurado en el Festival Titanic.
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