Miguel Núñez sabía que el final estaba cerca. Después de toda una vida persiguiendo utopías, se entregó a su último combate, el de la muerte digna, con el mismo fervor revolucionario con el que se había enfrentado al franquismo y a las dictaduras centroamericanas. Fue un hombre que estuvo 14 años en las cárceles de Franco, que fue torturado y que se jugó la vida en reiteradas ocasiones por sus sueños universales de justicia social. Coherente, lúcido y sarcástico hasta el último suspiro, Miguel también quiso convertir su muerte en un acto de afirmación. Después del llamado “caso Leganés”, Miguel eligió ir a morir a Barcelona. Dirigida por ALBERT SOLÉ. Documental. Presentación en el 14 Festival de Málaga, cine español.
LA EXPERIENCIA DEL DIRECTOR...
Honestamente, el día en que Miguel murió, rodeado de amigos y familiares, no participé del dolor de los que estábamos en aquella planta de la residencia de ancianos de Barcelona. En el fondo sentí una sensación de alivio y un sentimiento profundo de admiración por la manera con que había encarado el final de su vida: siempre coherente con sus creencias profundamente humanistas. “Chapeau, Miguel”, pensé, “el final ha sido tal y como tú quisiste”.
Miguel no creía en el más allá y planificó su final como un ejercicio de lucidez. Buscó un final indoloro y donó su cuerpo a la ciencia.
Entre todas las anécdotas, recuerdo una especialmente. Cuando le pregunté cómo se lo montaba para resistir las torturas sin delatar a sus compañeros, su respuesta me sorprendió: “Tienes que imaginar que estás en un teatro, que falta una pared en la celda donde te están torturando, y que sentados entre el público que te está viendo están los compañeros que caerían si tu hablas”. Así de simple y de fuerte era el espíritu de resistencia de Miguel. Durante los últimos meses me habló de su particular concepción del teatro de la vida.
Intenté poner en orden mis recuerdos de infancia cuando conocí a Miguel y a Tomasa Cuevas, su compañera durante los años más duros de la clandestinidad, la mujer que caminaba con dificultades debido a las torturas sufridas durante su juventud en las comisarías franquistas. Miguel y Tomasa ocupaban un lugar privilegiado en mi panteón particular de los héroes de la resistencia. Y es que recuerdo que cuando mis padres buscaban un piso “de seguridad” en Barcelona donde dejarme cuando los acontecimientos políticos se complicaban, el piso de Miguel y Tomasa en la avenida entonces llamada de Infanta Carlota, era un lugar totalmente clandestino, un refugio seguro. Y claro, Miguel, para mí, no sólo ha sido héroe, también ha sido refugio… y eso marca mucho.
Extendí el ámbito de reflexión al conjunto de la generación de Miguel, la que se comió la parte más cruda de la Guerra civil y de la posterior represión franquista, la que ha sido barrida por el viento de la historia. Quise entender de qué manera se está extinguiendo y cómo viven el manto de silencio que en España se ha tendido sobre la memoria histórica. La conclusión me la dio el gran poeta Marcos Ana al final de la película. “Pasar página, si – me dijo— pero habiéndola leído”.
Con “Al final de la escapada” además de realizar una crónica de los últimos meses de un hombre que vivió y murió dignamente, también pretendo rendir un homenaje a esa generación de idealistas a la que perteneció Miguel.
Deseo también seguir explorando la difícil convivencia entre la militancia política, el compromiso familiar y las convicciones personales, un camino que ya inicié con “Bucarest, la memoria perdida”.